viernes, 11 de diciembre de 2009

La vida continúa. A propósito de la vida, Sandro y las segundas oportunidades

Nada hay, o al menos yo no he podido constatar lo contrario, más poderoso que las palabras. Su sola evocación puede traer a flor de piel los sentimientos más profundos, las sensaciones más intensas, recuerdos de momentos que creías olvidados. También pueden, si es el caso, potenciar ansiedades o anhelos, si se parecen demasiado a eso que tu alma añora. En mi caso, una confluencia de eventos, arropados por una voz, por una sentencia contundente, provocaron una reflexión.

Tras padecer una larga y degenerativa enfermedad, el popular (y muy apreciado por quien les escribe) cantante argentino Sandro, fue finalmente intervenido para recibir un triple transplante de pulmón y corazón que pudiera devolverle la vida, detenida en un respirador y en el claustro en el que se convirtió su propia morada a consecuencia del vertiginoso avance de su enfermedad.


Así, el intérprete, a sus 64 años, ha descubierto que la vida, la suya, esa que creía en el ocaso, continúa. Tras la aseveración, publicada en una de las muchas páginas web que ha cubierto el suceso en el país austral, no puedo menos que preguntarme: ¿Qué sucede con aquellos que no tenemos la excusa de una enfermedad degenerativa para justificar una vida detenida? ¿Cuál es la excusa para no vivir? ¿Para no asumir lo que sientes, lo que quieres o lo que no?


Ven quiéreme, sin temer, sin pensar...

Ven bésame, porque el tiempo se va…


La invitación, no menos sugerente, viene del mismísimo Sandro. Después, ver a Dios, nada más… Con unas sencillas palabras, ahora convertidas en credo, parece querer decirnos que todo aquello que hagas puede y debe ser ganancia, después de todo, lo único que tenemos es tiempo… y ese también se va.


La vida continúa es una canción llena de matices y verdades que no tiene desperdicio -a eso nos tiene acostumbrados El Gitano- que puede, en el momento preciso, hacerte cuestionar sobre tu vida y lo que has hecho para lograr que cada momento cuente.


pero la realidad es sólo una verdad,

la vida continúa...


La vida continúa… puedes repetirlo una y mil veces, el resultado será siempre el mismo: el tiempo seguirá su curso inexorable, inmutable, implacable. No se detendrá para que te tomes el trabajo de analizar tus acciones, para que decidas si ese es el camino que realmente deseas transitar, la carrera que quieres cursar, si estás junto a la persona ideal, si tienes el empleo de tus sueños, si posees aquello que realmente quieres. La vida va a continuar, contigo o sin ti, quieras participar de ella o no. El tiempo está, aunque no lo parezca, en tus manos, sólo que puede pasar si no te decides a actuar.


Esa es la verdad que Sandro, con su infinita sabiduría, nos regaló en su momento y que, sólo hasta ahora, gracias a esta segunda oportunidad que la vida le ofrece y a esas ganas renovadas, contagiantes, embriagantes que tiene por aprovechar cada minuto, he podido aprehender en toda su extensión y con todo lo que ello implica.


La sabiduría popular, la que pregonaba aquello de que no hay mejor momento que el ahora, finalmente encontró su lugar, y tuvo razón. Una canción sencilla, palabras conocidas, dichas no pocas veces, una verdad que se esparce a gritos, y se necesitó de un triple trasplante para que adquieran sentido… Ah, la vida, curiosa vida.

lunes, 24 de agosto de 2009

El traje de la reina


Haciendo a un lado la diferencia de opiniones -que pueden y deben existir en el terreno de lo político- es un deber para todo venezolano, sin distingo de ninguna índole, el sentirse orgulloso de Stefanía, pues la importancia del triunfo obtenido durante la noche del 23 de agosto en el certamen de belleza más visto de todo el planeta, se extiende más allá del tono del flamante traje de gala que la modelo lució en esa importante ocasión.

El que nuestra representante saliera con un vestido rojo, o blanco, o amarillo, o de cualquier otra tonalidad, debería no ser otra cosa que un detalle trivial, con un valor absoluto tan insignificante como el del tipo de tacón que vistió la hoy soberana aquella noche, o la marca de su ropa interior. No obstante, el que un manojo de necios se empeñen en conferirle a ese hecho una importancia mayor, llama sin duda a la reflexión.

En mi opinión, la corona que Stefanía obtuvo reviste una importancia mayor, si asumimos que el certamen, más que un evento que ocurre una vez al año, es el resultado de un trabajo acumulativo. Lo más importante del logro de nuestra reina de la belleza radica en que, esa noche, representó la cúspide de un largo trayecto, mismo que duró todo un año (si no es que más) en el cual hubo esfuerzo, lucha constante (más que personal de un gran colectivo), -bien en contra de las circunstancias adversas que pudiesen haberse presentado en su recorrido al Miss Universo, bien en contra de sí misma, de sus limitaciones personales y de otra especie-; pero en el que tambien hubo aciertos, aprendizaje y superación.

¿Orgullosa de su triunfo? Sí, de ser venezolana, de llevar la sangre aguerrida, tenaz, constante que llevan todas las mujeres criollas. Duélale a quien le duela, la belleza de la mujer venezolana es y será siempre notoria... Parecen ignorar, aquellos que ahora supuran por la herida, que esa belleza no viene de afuera, no se encuentra en los instrumentos quirúrgicos de los cirujanos plásticos, ni viene adosada a los eternos regímenes alimenticios y/o deportivos, no. Esa belleza viene de adentro, del coraje que forma a toda mujer nacida en esta tierra de gracia, de su forma de ver la vida, de su espíritu colaborador y solidario, del amor que profesa incondicionalmente a los seres que ama, de su sacrificio y de su lucha a flor de piel siempre que le son requeridos, viene de su espíritu indomable y de un corazón amoroso, abierto a todos, a veces incluso a costa de sí misma. Las mujeres venezolanas son hermosas, sean de un bando político o de otro; esas caracterísitcas que las han hecho tan distintivas, son finalmente, el único tratamiento de belleza que requieren, la marca registrada de este pais tropical.

Más que una corona, en lo personal, considero que Stefanía nos trae la mayor reivindicación posible: el triunfo de la constancia, por encima de todo y de todos. Y ese triunfo, sin lugar a dudas, no se viste de ningún color.

miércoles, 29 de julio de 2009

MOONWALKER

Él viene de un lugar más allá de las estrellas

Te lleva a un mundo más allá de tus sueños

De su alma viene la música,

De su corazón viene el ritmo.

Ahora, de la imaginación de Michael Jackson

llega una película como ninguna otra.

Michael Jackson

Nada puede prepararte para su película

Moonwalker

Escrita en las estrellas.


Quien no haya visto alguna vez Moonwalker, poco o nada puede decir del genio artístico de Michael Jackson. Y me refiero, no a su música, o a las múltiples innovaciones que hizo en ese campo, como en otros a lo largo de toda su carrera musical. No, me refiero a la capacidad de este hombre magnífico para imaginar, para crear, para explotar aquello que es más intrínsecamente estético en una idea. Pocos conocen la faceta de escritor de este artista, gracias a la cual pudieron ver la luz poemas, guiones de cortos y de películas de mediana duración, una autobiografía (Moonwalk) firmada en 1988 cuando contaba con tan sólo 30 años, un libro de poemas y reflexiones (Dancing the dream) de 1992, un storybook para la película ET el extraterrestre y una serie de dibujos y bosquejos que rara vez han sido expuestos.


Como productor musical, su trabajo nos es familiar. Tampoco sorprende que en más de una ocasión haya decidido tomar las riendas de algunos de sus videos musicales, ubicado detrás de las cámaras en calidad de director. Pero, lo dicho, no muchos saben, por ejemplo, de su faceta de guionista de cortometrajes (o short films) nombre con el que él mismo describe sus audiovisuales, o su actividad como guionista de películas de duración media. Un primer acercamiento a este último género lo constituye su obra MOONWALKER (1988), un trabajo para el que –como reza el epígrafe, extraído del trailer promocional del film- nada puede prepararnos.


El fundido en negro se rompe con la aparición de las primeras imágenes (las cuales, por cierto, constituyen una suerte de leitmotiv que identifica la obra fílmica de Jackson de allí en adelante) que reconstruyen muy brevemente y a la fecha (no olvidemos que recién se iniciaba el cierre de la década de los 80) una carrera musical en solitario si se quiere corta pero vertiginosa, mientras escuchamos como telón de fondo, los acordes de Man in the mirror, una de las más representativas melodías de MJ. Esta vibrante retrospectiva introduce al espectador en la que será la primera de tres partes en las que se divide esta película, ubicándolo en el tono del filme y preparándolo para lo que sigue.


Seguidamente, nos presentará por primera vez, en un despliegue de tecnología de punta, el video del tema Leave me alone, una especie de odisea futurista que no realiza grandes esfuerzos para enmascarar un contundente reclamo a la prensa amarillista que hacía su agosto con cada movimiento del artista, explotando su imagen y armando un auténtico circo (dicho en imágenes en el video) con el único propósito de incrementar las ventas.


Moonwalker será la excusa perfecta para escuchar las notas del entonces más reciente trabajo discográfico de Michael Jackson: Bad. De hecho, gran parte de la trama estará influenciada por este álbum, por las letras de sus canciones y por el ritmo acompasado que terminará siendo, a la postre, el que marque la cadencia de la narración fílmica.


Un segundo segmento se inicia con la transmisión del video Badder, una representación idéntica a la versión corta (la extendida corre a cargo del director Martin Scorsese y dura casi 30 minutos) del video de Bad, sólo que en esta ocasión es interpretado por niños, quienes logran montar todas y cada una de las coreografías del video original de manera magistral.


Partiendo de allí, Michael Jackson logra exponer –con gran maestría, debo decir- una sátira surrealista de su propia vida, en la que se emplea la ironía con precisión milimétrica para decir verdades. De esta manera, Michael utilizará hasta el nombre del disco para burlarse de la idiosincrasia americana, poniendo en boca de la mismísima estatua de la libertad una brillante frase: América, la tierra de la libertad, hogar de lo raro.


De una manera jocosa, surge una importante reflexión, a la luz de lo que hemos visto previamente con Leave me alone: ¿Cómo, en el país que se jacta de ser la tierra de la libertad (cosa que aparentemente concede licencia a lo raro: fans frenéticos que exigen del artista las cosas más extrañas, periodistas amarillistas que se mueven en bloque y que utilizan como armas sus herramientas de trabajo -cámaras, micrófonos, etc.-), otros artistas que no conciben el éxito ajeno, en medio de toda esa rareza, repito, puede ser Michael Jackson el epítome de lo malo (Bad)?


Una vez finalizado este segmento, se puede decir que es cuando en verdad comienza la película. No develaré en qué consiste la historia (descubrirla por primera vez forma gran parte de su encanto), pero diré, por ejemplo, que a esta película pertenece la secuencia que constituye el famosísimo y conocidísimo video de Smooth Criminal, en donde por primera vez aparecen la fedora blanca y el traje de gangster de los años 30 que le hace juego. También entonces podemos darle sentido a las fantasmagóricas figuras, cuyas sombras se dibujan sobre los ventanales del bar, las cuales –armadas hasta los dientes (no lo vemos pero el sonido y la imagen son bastante elocuentes)- amenazan con acabar con la armonía que se respira dentro. Igualmente, es posible comprender qué sucede con la chiquilla de trenzas rubias que es arrebatada por una mano desconocida, de su puesto en la mirilla de la puerta.


Aventura, fantasía, efectos especiales de última generación, buena música… todo un banquete audiovisual para el espectador inteligente que sabe ver entre imágenes. Nada mal para la niña de 1988 que se pasó la vida buscando la que consideraba la película de su vida, y que necesitó de 20 años para volverla a ver.

miércoles, 22 de julio de 2009

LA MODA DE LO VERDE. UNA TAREA INCONCLUSA



Lo verde está de moda. Basta echar una mirada a la prensa nacional para darse cuenta de esta realidad: existe una incipiente conciencia –real o no- hacia la conservación ambiental que invita a revisar algunas conductas destructivas hacia el planeta, las cuales resultan nocivas para la supervivencia de la especie humana, animal y vegetal.


De una manera alarmante, se han incrementado las denuncias sobre los daños que el hombre ha causado al ambiente con el correr de su “evolución”. Los casquetes polares se derriten, cambiando el curso de las mareas por acción de las corrientes marinas y alterando el clima propio de algunas regiones, ocasionando fenómenos tan asombrosos como dañinos, tales como la caída de nieve en lugares donde nunca antes había nevado o la prolongación de las temporadas de sequía o de lluvia en otros.


La perspectiva es alarmante, de eso no cabe duda. Y es evidente también que a la vista de los grandes cambios que se están generando en el planeta, es necesario tomar acciones lo antes posible para subsanar los daños causados que aún puedan ser reparables. No obstante, y a pesar de las buenas intenciones de conservacionistas, personal especializado y público en general, la tarea aún está inconclusa.


Se puede leer en la Revista eme en su edición del 04.06.09, cualquier cantidad de consejos prácticos para propiciar la saludable política del reciclaje, tanto en el hogar como en el trabajo. Por ejemplo, entre las 20 acciones para cuidar el planeta sin esfuerzo nos encontramos con que es posible clasificar la basura, separándola en grupos como desechos orgánicos, aluminio, plástico, papel y vidrio. Casi de inmediato surge la pregunta: Una vez que haya hecho eso, ¿en dónde lo boto?, ¿la compañía recolectora de basura de mi comunidad valorará el importante esfuerzo que se ha puesto en la separación de los desechos y los procesará de la manera que resulte más amable para el planeta?


De inmediato, otro ejemplo. El consejo Nro. 15 reza lo siguiente: Cuando cocines y uses aceite, no lo botes en el fregadero, pues contamina gran cantidad de agua potable. Pregunta: ¿en qué lugar puedo disponer, entonces, de los desechos de aceite si es ecológicamente nocivo para el planeta hacerlo por el fregadero? ¿Cuál sería, entonces, la manera correcta de desecharlo?


No niego que las intenciones del autor del texto, como las de muchos otros, hayan podido ser legítimas, pero resulta evidente que el trabajo no es cuando menos concluyente a la hora de presentar alternativas para el hombre de a pie que desee, desde su trinchera, aportar su granito de arena en la complicada lucha ecológica por la conservación de nuestro planeta.


Otro caso que siempre me ha llamado la atención en relación al tema, es el de los teléfonos celulares. Los múltiples componentes que se emplean en su fabricación los convierten en tóxicas y nocivas armas químicas que contaminan todo lo que tocan: agua, suelos, tierra… Es, y lo digo sin temor a equivocarme, uno de los desperdicios más difíciles de clasificar y desechar.

Con la carrera tecnológica en pleno apogeo, se hace imprescindible encontrar una manera adecuada de disponer de estos desperdicios que, lejos de contribuir con la evolución del hombre, lo retrotraen hasta el más grave de sus estados: la inconciencia.


¿La solución? Desechar los celulares y sus componentes más contaminantes (especialmente las baterías) en los lugares especialmente dispuestos por las compañías fabricantes para tal fin. Pregunta: En nuestros países latinoamericanos, en donde sin duda habrá una que otra sucursal de las cacareadas compañías pero nunca un centro especializado como el que se requiere, ¿qué lugar sería ese?


Ante la falta de una respuesta adecuada por parte de los expertos –a estas y a otras tantas preguntas- la solución es siempre la misma: todo va al mismo lugar, sea éste el cubo de la basura de la cocina, el de la oficina, el fregadero o el basurero municipal.


La información, tratándose de ecología, parece ser siempre incompleta. De esta forma, de cualquier intento por participar de la construcción de un mundo mejor no queda otra cosa que meras intenciones, una especie de lavado de conciencia que termina por no aportar nada, pero que deja el sabor de boca de haber hecho lo que tocaba (incluso cuando tal cosa no sea verdad), con la certeza de que el dicho que reza: la intención es lo que cuenta, es más que suficiente para justificar la resultante inacción.


Las políticas conservacionistas se convierten en una especie de moda que entra en vigencia cuando las consecuencias de nuestra imprudencia se hacen alarmantemente notorias (extinción de especies, mutaciones, desastres “naturales”, etc.), y que pasa –como todas las modas- cuando algo nuevo surge o el interés por aquello que lo originó, merma hasta desaparecer.


Por desgracia, no habrá revival posible para nuestro planeta cuando los recursos que nos ofrece, que son únicos e irrepetibles, se hayan extinto… Ese es un lujo que nuestra madre tierra no se puede dar… y tampoco nosotros.

viernes, 26 de junio de 2009

IN MEMORIAM

Los súbditos hoy estamos de duelo. Llora la niña de tres años que bailó por primera vez al ritmo de Trhiller... la adolescente que soñaba con ir a uno de esos multitudinarios conciertos... la mujer que entendió el mensaje, TU mensaje.

Sufrimos por la partida física de aquel niño que repartía biblias de puerta en puerta, en ese pequeño pueblo en Gary, por allá en un privilegiado lugar conocido como Indiana. Que hacía bromas en medio de la noche a los huéspedes de la habitación de hotel contigua a la suya, durante las duras jornadas de gira de un incipiente grupo formado por cinco chicos, del cual formó parte casi a la fuerza porque -siendo el menor, entonces- nadie consideraba que tuviese la capacidad vocal necesaria para cantar; y que, sin embargo, logró imponer su voz hasta hacerse escuchar por el mundo entero.

Se ha ido el joven que con veintinueve años ya tenía suficiente vida a cuestas como para escribir su autobiografía. Al que no le alcanzaban los brazos para sostener tanto premio junto, ni el tiempo para ayudar a los otros... los menos favorecidos, los olvidados, los chicos perdidos.

Pesa la partida del hombre que se hizo a sí mismo, o al menos lo intentó. Que fue arte, música, absoluta inspiración. Un hombre con un mensaje claro para aquel dispuesto a escuchar, que quizo hacer el cambio, la diferencia... y en cierto modo lo logró.

Se ha ido el hombre que dejó una huella...
Hoy, la banda sonora de mi vida ha acallado su voz.

jueves, 18 de junio de 2009

IMPORTANTE

Nunca me han gustado las excusas... pero a falta de nada mejor que decir, ahí les va esta: Debido a a la necesidad que tengo de prepararme para un exámen, este blog temporalemente presentará la misma cara y la misma última nota. No quiere decir que no hayan temas en el tintero (que los hay, y muchos), ni que haya declinado mi interés por escribirles. Por ahora los invito a leer, ver televisión, ir al cine, caminar, bailar, o lo que sea que hagan que sea de su interés y que no involucre un teclado y un cpu... En otras palabras: salgan un ratito al mundo real... y vivan.

Gracias.
Volveré

lunes, 8 de junio de 2009

DEL TRÁNSITO CAPITALINO Y OTROS DEMONIOS








No había querido tocar de nuevo este tema por temor a encasillarme en una sola idea. Pensé –inocente yo- que una nueva reflexión sobre el tópico podría entrar en la categoría de satanización, y los representantes del transporte público, bueno… ellos son como son. Pero, precisamente cuando estaba por abandonar la idea, la idiosincrasia propia de estos personajes me introdujo de nuevo al ruedo; y si bien no voy a focalizar mis palabras en los vapuleados transportistas, sí que voy a centrarme en el tránsito capitalino del cual forman parte, y una bien importante.


Existen muchas maneras de vivir y padecer el tránsito capitalino, todas ellas diversas y con sus particularidades. Puedes enfrentarte a la difícil tarea de ser un transeúnte/peatón, por ejemplo, ese valiente ser que se enfrenta diariamente a conductores malhumorados de vehículos por puesto, particulares, taxis, motos, a otros torpes transeúntes/ peatones que –bien por nerviosismo, bien por simple y natural torpeza- en nada facilitan el libre tránsito. Este personaje, por lo general, lleva las de perder a la hora de cruzar calles y avenidas, pues difícilmente los conductores le dan paso; y en el caso de que logre salvar el obstáculo de los vehículos grandes, siempre quedarán los imprudentes motorizados a quienes –ya por efecto de la práctica- se les ha olvidado la ubicación del freno.


No obstante, y muy a pesar de su indefensión, el peatón –que no es un santo- suele tomar la ley vial por su propia mano con desfachatez pasmosa. Así, cruza dónde, cuándo y delante de quien le dé la gana. Nunca hay una pasarela o cruce vial convenientemente cerca, o un semáforo oportuno. Si el transporte público lo abandona en cualquier sitio, igual derecho tiene él de tomarlo en el lugar que mejor le acomode, incluso a riesgo de molestar aún más al odioso conductor, que no sólo lo “corneteó” para que se apresurara, sino que también le arrojó el vehículo en una muestra de inhumanidad absoluta.


En el otro extremo del espectro se encuentran los conductores particulares. Es casi seguro que en el pasado, los ahora conductores, hayan sido transeúntes/ peatones que tomaron la decisión de resguardar su integridad tras la aparente seguridad del volante. Y si es cierto que no morirán atropellados por otro vehículo o golpeados por motorizados, ni deberán luchar por el derecho a cruzar sobre el prácticamente invisible rayado, no es menos cierto que estos seres deberán enfrentarse a la difícil tarea de encarar a transeúntes/peatones, motorizados, taxistas y conductores de transporte por puesto con una fiereza propia de la jungla.


Parece ser un principio básico del tránsito caraqueño, el no ceder el paso a nadie, independientemente de si se trata de un peatón o de otro conductor. Si tu deseo es el del pollo, léase: llegar al otro lado, debes tomar tus propios riesgos y cruzar, eso sí, con la certeza en mente de que el éxito en tal empresa jamás está garantizado.


En el caso del conductor, además de lidiar con la proeza propia de manejar (la cual implica dominio de pedales, visión periférica al estilo de Linda Blair en El Exorcista, cuidado del vehículo ante la maltrecha vialidad, etc.), también debe tener dotes de adivinador para saber si finalmente la abuelita que se encuentra de pie en la intersección va a cruzar o no, reflejos sólo comparables a la velocidad de la luz para aplicar el freno cuando el niño –que la abuelita llevaba de la mano- cruzó sin mayores miramientos, y un sentido auditivo extremadamente selectivo para evitar escuchar los múltiples cornetazos e improperios de sus congéneres, quienes claman porque ignore al niño y a la anciana y aplique el acelerador, ya que el semáforo hace años (microsegundos en tiempo real) cambió de rojo a amarillo (nadie, en realidad tiene tiempo para esperar el verde) y es hora de continuar.


Como si esto no fuera suficiente, el atribulado conductor debe también esquivar los obstáculos dejados en la vía, entiéndase: pasajeros de transporte público, quienes son abandonados a su suerte, con frecuencia a metros de las paradas –sean éstas reales o improvisadas-, casi siempre con un carril vehicular de por medio, haciendo del arte de solicitar la parada un deporte extremo para pasajeros y conductores por igual.


En su aspecto negativo, los conductores prefieren los espacios menos adecuados para estacionarse, padecen de cierta incapacidad motora para poner a funcionar ese botón denominado “luz de cruce”, desconocen que ese curioso diseño que adorna las esquinas y encrucijadas, está destinado al paso peatonal; y que la bocina o corneta del automóvil debería ser empleada para algo más que el simple terrorismo vial.


Mención aparte requieren nuestros amigos los motorizados. Estas interesantes criaturas, casi una subcultura ya, se rigen por leyes no escritas que más valdría respetar, si es que no se quiere uno ver envuelto en alguna querella callejera. Conocido es por todos que si un auto golpea a un motorizado, hasta de las piedras mismas saldrán los compañeros –conocidos o no, eso es indiferente- del infortunado, dispuestos a reclamar justicia. Por desgracia, esa justicia es aplicable únicamente a los miembros de la cofradía. Si un motorizado se lleva tu retrovisor, te raya la puerta o te lleva por delante cuando intentas bajarte de la camionetica por puesto, no hay justicia que valga para ti o tu maltratado bien.


Desde luego, esas leyes no incluyen (ni siquiera están remotamente relacionadas) a las leyes de tránsito comunes y silvestres que el resto de los mortales ignora mayoritariamente y en categoría olímpica. Para el que conduce una moto, el camino es la ley, un semáforo en rojo carece de significado, si la moto cabe por el espacio disponible, lo demás es historia… y siempre cabe (o al menos así lo parece en principio). Contados son los motorizados concientes que saben que su integridad física se ve comprometida en cada viaje y que la ¿mala? fama conquistada puede ganarle enemigos gratuitos.


En fin, que del tránsito capitalino pueden decirse muchas cosas… lo extraño es que a pesar de todo, seguimos saliendo a la calle, seguimos al volante, caminando, tomando el transporte público. Ya lo decía Newton: permaneceros inertes hasta que una fuerza mayor nos haga entrar en movimiento… y esas fuerzas no tienen día de parada.

miércoles, 3 de junio de 2009

EL DESCARADO ENCANTO DE LA VERDAD

Verdad: Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa. Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente.

Todos conocemos, por efectos de la transculturización, ese popular diálogo (tan típico de las series y películas norteamericanas) en el que –desde el banquillo- un oficial toma juramento al testigo que está a punto de declarar: ¿Jura usted decir toda la verdad y nada más que la verdad, con la ayuda de Dios? Se trata, podría decirse, de una situación en la que, según la gravedad del caso, la búsqueda de la verdad resulta imperiosa para la resolución de un determinado escenario. Pero ni aún en esos casos, incluso deslastrando los hechos de su investidura judicial, la verdad está garantizada.


Los seres humanos no estamos habituados a ese concepto. La verdad. Más allá del análisis filosófico desde el cual se puede abordar el tema (cosa que no me propongo en estos momentos), la verdad es la fidelidad a ti mismo (a tu manera de pensar, a tu ideología, a tu manera de sentir), o a un hecho determinado. Así lo señala el Diccionario de la Real Academia Española en su versión digital (http://buscon.rae.es/draeI/), en las líneas que sirven de epígrafe a esta disertación.


No obstante, las personas –exceptuando niños y borrachos-, tenemos la costumbre (o el mal hábito) de traicionar esa fidelidad y enmascarar la mayoría de aquello que decimos y que hacemos, escudándonos en una supuesta necesidad de no herir susceptibilidades ajenas, aun a expensas de la propia.


Este rasgo, característico de la raza humana, está siendo recientemente aprovechado por los guionistas norteamericanos, quienes han recurrido a la creación de personajes imposibilitados para mentir, los cuales se ven, con frecuencia, enfrentados por esta causa al resto de las personas que los rodean. Sin importar el género, muchas de las series actualmente al aire en la televisión por cable, presentan al menos un personaje con estas características, mismas que sirven para identificar un síndrome de tipo autístico, descubierto hace relativamente poco tiempo (será cosa de unos veinte años, más o menos) denominado: Síndrome de Asperger (SA).


Las personas con SA, carecen de la habilidad para reconocer gestos faciales, el lenguaje corporal y rasgos emocionales en las personas que los rodean. Tienen una marcada tendencia a racionalizarlo todo, incluyendo las emociones; y tienden a enfocarse en temas específicos, al punto de llegar a especializarse en las áreas que son de su interés. Son ordenados y hacen gala de una gran concentración y una memoria casi perfecta. Desgraciadamente, la detección del síndrome es bastante difícil, siendo el caso que algunas personas nunca llegan a saber que lo padecen. Un ejemplo bastante gráfico de los muchos problemas a los que debe enfrentarse el niño con Asperger, es expuesto en la página web de la Wikipedia en español:


Cuando una maestra pregunta a un niño con Asperger que ha olvidado su trabajo escolar "¿Qué pasa, tu perro se comió tus deberes?", el niño con Asperger permanecerá silencioso tratando de decidir si debe explicar a su maestra que él no tiene perro y que además los perros no comen papel. Esto es, el niño no comprende el sentido figurado de la pregunta o no puede inferir lo que la maestra quiere decir a partir de su tono de voz, postura o expresión facial. Ante tanta perplejidad, el niño podría responder con una frase totalmente sin relación a lo que se está hablando (como por ejemplo, "¿Sabe que mi padre se ha comprado una computadora nueva?"). Ante esto, y la falta de detección del SA, desgraciadamente la maestra podría concluir que el niño es arrogante, insubordinado o “raro”.


Personajes como Sheldon Cooper (Jim Parsons) de The Big Bang Theory, la Dra. Temperance Brennan (Emily Deschanel) de Bones, la Dra. Virginia Dixon (Mary McDonnell) de Grey’s Anatomy, Jerry Espenson (Christian Clemenson) de Boston Legal, y los populares Gregory House (Hugh Laurie) de House MD y Gil Grissom (William Petersen) de CSI : Crime Scene Investigation, son evidentes portadores del síndrome, y hacen las delicias de los televidentes al propiciar, por una parte, hilarantes desencuentros en el caso de las series de comedia; y por la otra, puntos focales para el desarrollo de las distintas tramas en el caso de las series dramáticas.


De cualquier forma, es habitual ver que estos personajes, a costa del SA, expresan sin tapujos lo que piensan y en ocasiones lo que sienten, dando a cada cosa una explicación perfectamente racional, destacando lo provechoso que sería seguir la recta y correcta senda de la verdad, y lo ridículo de algunas situaciones que propiciamos (y en las que nos vemos inmersos) por la fastidiosa tendencia a no decir las cosas como son y en toda su esencia. Son absolutamente transgresores, así lo entendemos mientras los vemos, y aun así los aceptamos. Es más, nos gustan. Nos gusta el descaro con el que actúan, y aún más en lo que dicen.


En lo particular, siento afinidad por el protagonista de The Big Bang Theory, el ególatra, obsesivo y perfectamente antisocial Sheldon Cooper, interpretado por Jim Parsons. Difícilmente podemos otorgarle alguna cualidad positiva al carácter de este personaje: es soberbio, egocéntrico, maniático, carente de forma alguna de empatía y un inepto social a toda regla. Pero no podemos negar su excelente capacidad de raciocinio, a través de la cual nos ofrece una perspectiva mucho más realista de la vida.


En todo caso, estos personajes tienen el mérito de hacernos ver lo innecesarias que resultan algunas de nuestras conductas, cuán rápido podríamos obtener lo que queremos si expresamos con claridad lo que se piensa (tampoco haría daño expresar lo que se siente), y cuán sobreestimadas se encuentran (en algunos casos) las relaciones sociales, continuamente en riesgo si es que se toma la decisión de encarar las cosas de una manera honesta.

miércoles, 27 de mayo de 2009

SHALL WE DANCE?

Lo más justo, antes de iniciar a leer estas líneas, sería que el lector supiera que –sin proponérmelo- este artículo va a tocar tópicos sobre los que ya he escrito anteriormente. La difícil dinámica de la pareja, así como otros tantos temas relacionados a ella, es de lo que se trata este artículo, enmascarado tras el velo de una comedia romántica llevada al cine en el año 2004, bajo la batuta del director Peter Chelsom.


Se trata de Shall we dance?, aparentemente basada en un film titulado "Dansu wo shimasho ka" (1997) de Masayuki Suo; del que no tenía conocimiento alguno hasta el momento de escribir estas líneas (y que según reportan algunos críticos norteamericanos, supera en calidad a este nuevo remake). No obstante, más allá de las claras u oscuras intenciones que hayan podido dar origen a esta pieza del séptimo arte, lo que me inspiró a escribir sobre ella fue; por una parte, el grupo de bien preparados actores que participan en ella, entre los que destacan Susan Sarandon y Stanley Tucci (quienes consiguen incluso arrebatar el protagonismo a Richard Gere y Jennifer López), y por la otra, la atmósfera propiciada por uno que otro diálogo interesante, los cuales logran hacer olvidar al espectador que sintonizó la película con la creencia errónea de que asistiría a otro desastre cinematográfico, mediocremente enmarcado en el ámbito de los bailes de salón del tipo Dirty Dancing 2: Havana Nights.


Ciertamente, Shall we dance? rescata mucho de ese espíritu inocente que envuelve a Dirty Dancing (la película original, quiero decir), si tomamos en consideración la trama sencilla y elemental que la sustenta: John Clark (Richard Gere) un hombre de edad madura, en la plenitud de su vida (una vida que podría catalogarse de feliz: matrimonio estable, condiciones laborales excelentes, etc., etc., etc.) toma la decisión de bajarse del tren que suele tomar cada noche mientras viaja del trabajo a casa, para averiguar las razones por las cuales Paulina (Jennifer López) ve pasar la vida a través de la ventana del salón de baile en el cual trabaja, con una melancolía pasmosa. Como cabe esperar, Clark no está hecho para el baile (como tampoco lo están las personas que lo acompañan en el nivel de principiante y que da pie para que la López saque a relucir la casta de bailarina de sus años primigenios en el Show Business), pero consigue convertirlo en su nueva pasión, al punto de dejarse convencer para participar en un concurso profesional.


Entre tanto, su esposa Beverly (Susan Sarandon), cumpliendo el rol arquetípico de esposa, comienza a sospechar de su marido, atribuyendo sus retrasos y su ausencia mental a una infidelidad, pues John nunca llega a revelarle su recién descubierto gusto por la danza, en el supuesto de que –de hacerlo- ésta creyese que no es feliz en su relación y en la vida que han llevado juntos.


Hechos más, hechos menos, la película va siguiendo su propio curso, lo que no reviste mayor sorpresa de no ser porque, justo en el minuto cincuenta -cuando estás a punto de rendirte al ensimismamiento mental-, Beverly realiza la pregunta por la que el film vale repentinamente cobra sentido:


-¿Por qué cree que la gente se casa? -(al detective Devine interpretado por Richard Jenkins).

-Por pasión –contesta el hombre, sin meditar demasiado en el asunto.

–No –le ataja ella.

–Es interesante porque yo la tomé por una romántica, ¿entonces por qué?

–Porque necesitamos un testigo para nuestras vidas. Hay un billón de personas en el planeta. Qué significa una vida. Al casarse, se promete cuidar de todo. Las cosas buenas, las malas. Todo el tiempo, todo el día. Uno dice que su vida no se nota, pero yo la noto. Su vida no quedará sin testigo, porque yo lo seré.


De una manera ingeniosa, Audrey Wells, autora del guión, extrapola todo el asunto de la pareja -desmitificándolo un poco, si se quiere-, restando peso al contenido filosófico y llevándolo a su denominación más simple. Tu pareja es un testigo. Formar parte de una pareja garantizaría entonces tu impronta en el mundo, sería la prueba de que tu vida no ha pasado en vano y que todo lo que en ella ha acontecido, ha significado algo para alguien además de ti mismo. El fin último de tu pareja sería atestiguar que tu vida no ha pasado en vano. De ahí que la búsqueda de ese testigo material de vida sea, para la mayoría de nosotros, una necesidad a ser cubierta de forma imperiosa, antes de que el tiempo acabe y la música termine. Resulta paradójico que, con base en esa definición, la dinámica de los Clark los haya llevado a querer un cambio, lo que no implicaba, necesariamente, una falla en la estructura de su matrimonio.


Así, es evidente que se necesita más que un testigo de vida para formar una pareja. Son muchos los factores que intervienen y tan variados como personas hay en el mundo. No hay una fórmula. Puedes tenerlo todo como John Clark (incluso con quién compartirlo) y todavía sentir que necesitas algo más. Así de inconforme es el ser humano. Desde luego, todas estas premisas se fundamentan en el supuesto de que el personaje de Gere tenía un genuino interés en averiguar el por qué de la tristeza de Paulina, antes que propiciar un encuentro con tintes adúlteros, en cuyo caso, tanto los diálogos como la cinta en sí, carecerían de sentido.


De cualquier forma, la película es entretenida, todo un deleite para las féminas seguidoras de Gere, para los que gustan de ver a la López ponerse en movimiento, para aquellos que logran apreciar las impecables interpretaciones de actores como Susan Sarandon y Stanley Tucci -incluso a través de una trama sencilla y sin muchas complicaciones- y un gusto para los que, sin ser bailarines, podemos soñar por un momento que ese cuerpo que se mueve en pantalla podría ser el propio.


Imperdibles: Stanley Tucci (Link Peterson), una actuación digna de un actor de carácter de su categoría. La banda sonora, de la cual destacan Sway (versionada por las Pussycats Dolls); Perfidia, Moon River (Henry Manzini), I Could Have Danced All Night (de My Fair Lady), Shall We Dance (de El rey y yo) y el espectacular tango de la escena focal entre Gere y López llamado Santa María, a cargo de la agrupación Gotan Proyect.

miércoles, 13 de mayo de 2009

LA PASIÓN DEL PADRE ALBERTO

“La vida está llena de imperfecciones,

y yo soy parte de este mundo imperfecto”.

Padre Alberto


De escándalos y líos que involucren a la iglesia católica, podría decirse que estamos más que saturados. No pasa un día sin que la ya vapuleada religión católica reciba un nuevo golpe que coloque en tela de juicio el liderazgo y permanencia de esta religión en el cambiante mundo moderno. No es descabellado pensar que, lejos de evolucionar, la religión católica ha ido involucionando, al punto de hacerse prácticamente incompatible con su entorno.


Encasillado en principios dogmáticos arcaicos, casi inoperantes en la dinámica del siglo XXI, el catolicismo sucumbe ante las muchas preguntas sin respuestas de sus –ya no tan- fieles, quienes deben voltear la mirada hacia otras prácticas religiosas más satisfactorias y quizás menos prejuiciosas. La iglesia católica perdió en algún punto su razón de ser, dejó que sus bases se corrompieran tras el poder que otorga el dinero y la politiquería, y abandonó, en su locura, al más importante de sus elementos: el ser humano.


Desde entonces, la permanencia de la iglesia –que no la de la fe católica – en el mundo actual depende, probablemente como nunca antes, de la persistencia de sus feligreses, de su necesidad de seguir creyendo a pesar de las decepciones y de la evidente presencia de una doble moral con la que se le juzga desde el mismo púlpito y se le conmina a actuar. Queda claro que las reglas del juego no son las mismas para todos. Aquellos que nos hemos alejado de la iglesia, de seguro lo hemos hecho con la certeza plena de que aquello que predica se aleja, por mucho, de lo que las (supuestas) sagradas escrituras exponen, pues curas y monjas deshacen con sus acciones lo que sus propias palabras (supuestamente amparadas en la biblia) pretenden sostener contra todo pronóstico.



La encarnizada lucha entre el catolicismo y las prácticas sexuales de la humanidad podría, con facilidad, encabezar la lista de reglas antinatura y de doble moral en las que la iglesia pretende fundamentar su dogma. ¿Su paradigma? El celibato. Así, monjas y curas católicos enarbolan esa bandera, escudando su amor a Cristo en la (una vez más supuesta) abstinencia del pecado que provoca la carne, como si la prostituta que a duras penas logra sobrevivir fuese menos católica por el simple hecho de ganarse la vida mediante el comercio sexual, o el adolescente que compra una playboy, o el hombre maduro que ve pasar las horas en un bar nudista.


Con una absoluta falta de mesura, se juzga al feligrés que osa transgredir la norma… a un lado queda el hecho, tan cierto como una catedral y tan convenientemente olvidado, de que somos humanos; y el sexo –más allá de las conductas antes expuestas, que para nada constituyen la norma- puede ser también la expresión de un sentimiento, forma parte de esa condición, de nuestra esencia, tan natural en nosotros como el resto de nuestras necesidades primarias.


Alberto Cutié, un ser humano como cualquier otro, tuvo las que podrían considerarse como expresiones amorosas hacia una mujer. Muestras de un sentimiento que bien habrían podido pasar inadvertidas como tantas otras que se ostentan en la calle, incluso menos recatadas que las suyas, sino hubiese sido por el hecho de que Alberto es un sacerdote, uno cuyo nombre no podía ser más público entre la comunidad latina que vive, tanto fuera como dentro de Estados Unidos. El Padre Alberto, como es conocido gracias a la popularidad de sus programas de televisión y a su activa participación en la comunidad, tuvo la osadía de comportarse como un ser humano, irrespetando según sus congéneres gremiales, su investidura eclesiástica.



De esta manera, sobre las tambaleantes estructuras del catolicismo moderno, cae esta dura roca que, paradójicamente, abre la posibilidad para que aquellos olvidados feligreses, que incluso con amargura se habían alejado de la religión católica, regresen con una fe renovada y con las esperanzas puestas en una nueva iglesia, gracias a la postura que –dignamente, creo yo- ha tomado el Padre Alberto, al reconocer su responsabilidad ante el hecho pero defendiendo también su condición de ser humano, uno que lleva pantalones bajo la sotana, y aún más loable, defendiendo su sentimiento ante la opinión pública.


“Estoy enamorado”, así sin mayor desparpajo lo ha confesado en un programa de factura norteamericana, y “no me arrepiento de amar a una mujer”, decía más adelante en esa misma entrevista. Sin inmutarse, sin golpes de pecho, sin meas culpas, así lo ha dicho y lo ha mantenido; “Dios me hizo hombre y después fui ordenado”. Con estas palabras, y contra lo que cabía esperar, el Padre Alberto ha conseguido más apoyo de la comunidad católica que la que cualquier alto jerarca de la iglesia, en su puritanismo más exacerbado, hubiese podido imaginar. Con su sinceridad, este sacerdote ha conseguido lo que muchos católicos no practicantes esperábamos: la renovación de la fe y la puesta en práctica de un catolicismo que acepte al ser humano como humano, sin juzgarlo por ser fiel a su propia esencia.


Si se predica que Dios es amor, entonces nada más sagrado hay. El amor es uno y el mismo, y es para todos... como el mismo Dios. Creo poder asegurar, sin temor a equivocarme, que no existe nada más difícil de encontrar que el amor. Que ese sentimiento sea recíproco entre dos extraños que se cruzan un día, es un milagro con todas las de la ley… que le ocurra a un hombre de fe, es corroborar la esencia misma de lo que se predica.


¡Bravo Padre! Gracias por su valentía, por admitir lo que no muchos están dispuestos a aceptar: la iglesia necesita renovarse. Gracias por no ceder a la obcecación de la iglesia católica que pretende tapar el sol con un dedo, construyendo pedestales para seres tan humanos como cualquier otro. Gracias por hacernos girar de nuevo el rostro hacia una religión que, para algunos, yacía prácticamente olvidada de tanta decepción. Gracias por hacernos ver lo obvio, aun cuando se repite una y otra vez: Dios es amor, y amor es todo lo que se necesita.

Finalmente, si de algo sirve, les dejo un pasaje de la biblia que me gusta recordar de tanto en tanto y que considero más que oportuno:

Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.

Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin limites, cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin limites. El amor no pasa nunca.

Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios12, 31-13, 8ª.