viernes, 26 de junio de 2009

IN MEMORIAM

Los súbditos hoy estamos de duelo. Llora la niña de tres años que bailó por primera vez al ritmo de Trhiller... la adolescente que soñaba con ir a uno de esos multitudinarios conciertos... la mujer que entendió el mensaje, TU mensaje.

Sufrimos por la partida física de aquel niño que repartía biblias de puerta en puerta, en ese pequeño pueblo en Gary, por allá en un privilegiado lugar conocido como Indiana. Que hacía bromas en medio de la noche a los huéspedes de la habitación de hotel contigua a la suya, durante las duras jornadas de gira de un incipiente grupo formado por cinco chicos, del cual formó parte casi a la fuerza porque -siendo el menor, entonces- nadie consideraba que tuviese la capacidad vocal necesaria para cantar; y que, sin embargo, logró imponer su voz hasta hacerse escuchar por el mundo entero.

Se ha ido el joven que con veintinueve años ya tenía suficiente vida a cuestas como para escribir su autobiografía. Al que no le alcanzaban los brazos para sostener tanto premio junto, ni el tiempo para ayudar a los otros... los menos favorecidos, los olvidados, los chicos perdidos.

Pesa la partida del hombre que se hizo a sí mismo, o al menos lo intentó. Que fue arte, música, absoluta inspiración. Un hombre con un mensaje claro para aquel dispuesto a escuchar, que quizo hacer el cambio, la diferencia... y en cierto modo lo logró.

Se ha ido el hombre que dejó una huella...
Hoy, la banda sonora de mi vida ha acallado su voz.

jueves, 18 de junio de 2009

IMPORTANTE

Nunca me han gustado las excusas... pero a falta de nada mejor que decir, ahí les va esta: Debido a a la necesidad que tengo de prepararme para un exámen, este blog temporalemente presentará la misma cara y la misma última nota. No quiere decir que no hayan temas en el tintero (que los hay, y muchos), ni que haya declinado mi interés por escribirles. Por ahora los invito a leer, ver televisión, ir al cine, caminar, bailar, o lo que sea que hagan que sea de su interés y que no involucre un teclado y un cpu... En otras palabras: salgan un ratito al mundo real... y vivan.

Gracias.
Volveré

lunes, 8 de junio de 2009

DEL TRÁNSITO CAPITALINO Y OTROS DEMONIOS








No había querido tocar de nuevo este tema por temor a encasillarme en una sola idea. Pensé –inocente yo- que una nueva reflexión sobre el tópico podría entrar en la categoría de satanización, y los representantes del transporte público, bueno… ellos son como son. Pero, precisamente cuando estaba por abandonar la idea, la idiosincrasia propia de estos personajes me introdujo de nuevo al ruedo; y si bien no voy a focalizar mis palabras en los vapuleados transportistas, sí que voy a centrarme en el tránsito capitalino del cual forman parte, y una bien importante.


Existen muchas maneras de vivir y padecer el tránsito capitalino, todas ellas diversas y con sus particularidades. Puedes enfrentarte a la difícil tarea de ser un transeúnte/peatón, por ejemplo, ese valiente ser que se enfrenta diariamente a conductores malhumorados de vehículos por puesto, particulares, taxis, motos, a otros torpes transeúntes/ peatones que –bien por nerviosismo, bien por simple y natural torpeza- en nada facilitan el libre tránsito. Este personaje, por lo general, lleva las de perder a la hora de cruzar calles y avenidas, pues difícilmente los conductores le dan paso; y en el caso de que logre salvar el obstáculo de los vehículos grandes, siempre quedarán los imprudentes motorizados a quienes –ya por efecto de la práctica- se les ha olvidado la ubicación del freno.


No obstante, y muy a pesar de su indefensión, el peatón –que no es un santo- suele tomar la ley vial por su propia mano con desfachatez pasmosa. Así, cruza dónde, cuándo y delante de quien le dé la gana. Nunca hay una pasarela o cruce vial convenientemente cerca, o un semáforo oportuno. Si el transporte público lo abandona en cualquier sitio, igual derecho tiene él de tomarlo en el lugar que mejor le acomode, incluso a riesgo de molestar aún más al odioso conductor, que no sólo lo “corneteó” para que se apresurara, sino que también le arrojó el vehículo en una muestra de inhumanidad absoluta.


En el otro extremo del espectro se encuentran los conductores particulares. Es casi seguro que en el pasado, los ahora conductores, hayan sido transeúntes/ peatones que tomaron la decisión de resguardar su integridad tras la aparente seguridad del volante. Y si es cierto que no morirán atropellados por otro vehículo o golpeados por motorizados, ni deberán luchar por el derecho a cruzar sobre el prácticamente invisible rayado, no es menos cierto que estos seres deberán enfrentarse a la difícil tarea de encarar a transeúntes/peatones, motorizados, taxistas y conductores de transporte por puesto con una fiereza propia de la jungla.


Parece ser un principio básico del tránsito caraqueño, el no ceder el paso a nadie, independientemente de si se trata de un peatón o de otro conductor. Si tu deseo es el del pollo, léase: llegar al otro lado, debes tomar tus propios riesgos y cruzar, eso sí, con la certeza en mente de que el éxito en tal empresa jamás está garantizado.


En el caso del conductor, además de lidiar con la proeza propia de manejar (la cual implica dominio de pedales, visión periférica al estilo de Linda Blair en El Exorcista, cuidado del vehículo ante la maltrecha vialidad, etc.), también debe tener dotes de adivinador para saber si finalmente la abuelita que se encuentra de pie en la intersección va a cruzar o no, reflejos sólo comparables a la velocidad de la luz para aplicar el freno cuando el niño –que la abuelita llevaba de la mano- cruzó sin mayores miramientos, y un sentido auditivo extremadamente selectivo para evitar escuchar los múltiples cornetazos e improperios de sus congéneres, quienes claman porque ignore al niño y a la anciana y aplique el acelerador, ya que el semáforo hace años (microsegundos en tiempo real) cambió de rojo a amarillo (nadie, en realidad tiene tiempo para esperar el verde) y es hora de continuar.


Como si esto no fuera suficiente, el atribulado conductor debe también esquivar los obstáculos dejados en la vía, entiéndase: pasajeros de transporte público, quienes son abandonados a su suerte, con frecuencia a metros de las paradas –sean éstas reales o improvisadas-, casi siempre con un carril vehicular de por medio, haciendo del arte de solicitar la parada un deporte extremo para pasajeros y conductores por igual.


En su aspecto negativo, los conductores prefieren los espacios menos adecuados para estacionarse, padecen de cierta incapacidad motora para poner a funcionar ese botón denominado “luz de cruce”, desconocen que ese curioso diseño que adorna las esquinas y encrucijadas, está destinado al paso peatonal; y que la bocina o corneta del automóvil debería ser empleada para algo más que el simple terrorismo vial.


Mención aparte requieren nuestros amigos los motorizados. Estas interesantes criaturas, casi una subcultura ya, se rigen por leyes no escritas que más valdría respetar, si es que no se quiere uno ver envuelto en alguna querella callejera. Conocido es por todos que si un auto golpea a un motorizado, hasta de las piedras mismas saldrán los compañeros –conocidos o no, eso es indiferente- del infortunado, dispuestos a reclamar justicia. Por desgracia, esa justicia es aplicable únicamente a los miembros de la cofradía. Si un motorizado se lleva tu retrovisor, te raya la puerta o te lleva por delante cuando intentas bajarte de la camionetica por puesto, no hay justicia que valga para ti o tu maltratado bien.


Desde luego, esas leyes no incluyen (ni siquiera están remotamente relacionadas) a las leyes de tránsito comunes y silvestres que el resto de los mortales ignora mayoritariamente y en categoría olímpica. Para el que conduce una moto, el camino es la ley, un semáforo en rojo carece de significado, si la moto cabe por el espacio disponible, lo demás es historia… y siempre cabe (o al menos así lo parece en principio). Contados son los motorizados concientes que saben que su integridad física se ve comprometida en cada viaje y que la ¿mala? fama conquistada puede ganarle enemigos gratuitos.


En fin, que del tránsito capitalino pueden decirse muchas cosas… lo extraño es que a pesar de todo, seguimos saliendo a la calle, seguimos al volante, caminando, tomando el transporte público. Ya lo decía Newton: permaneceros inertes hasta que una fuerza mayor nos haga entrar en movimiento… y esas fuerzas no tienen día de parada.

miércoles, 3 de junio de 2009

EL DESCARADO ENCANTO DE LA VERDAD

Verdad: Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa. Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente.

Todos conocemos, por efectos de la transculturización, ese popular diálogo (tan típico de las series y películas norteamericanas) en el que –desde el banquillo- un oficial toma juramento al testigo que está a punto de declarar: ¿Jura usted decir toda la verdad y nada más que la verdad, con la ayuda de Dios? Se trata, podría decirse, de una situación en la que, según la gravedad del caso, la búsqueda de la verdad resulta imperiosa para la resolución de un determinado escenario. Pero ni aún en esos casos, incluso deslastrando los hechos de su investidura judicial, la verdad está garantizada.


Los seres humanos no estamos habituados a ese concepto. La verdad. Más allá del análisis filosófico desde el cual se puede abordar el tema (cosa que no me propongo en estos momentos), la verdad es la fidelidad a ti mismo (a tu manera de pensar, a tu ideología, a tu manera de sentir), o a un hecho determinado. Así lo señala el Diccionario de la Real Academia Española en su versión digital (http://buscon.rae.es/draeI/), en las líneas que sirven de epígrafe a esta disertación.


No obstante, las personas –exceptuando niños y borrachos-, tenemos la costumbre (o el mal hábito) de traicionar esa fidelidad y enmascarar la mayoría de aquello que decimos y que hacemos, escudándonos en una supuesta necesidad de no herir susceptibilidades ajenas, aun a expensas de la propia.


Este rasgo, característico de la raza humana, está siendo recientemente aprovechado por los guionistas norteamericanos, quienes han recurrido a la creación de personajes imposibilitados para mentir, los cuales se ven, con frecuencia, enfrentados por esta causa al resto de las personas que los rodean. Sin importar el género, muchas de las series actualmente al aire en la televisión por cable, presentan al menos un personaje con estas características, mismas que sirven para identificar un síndrome de tipo autístico, descubierto hace relativamente poco tiempo (será cosa de unos veinte años, más o menos) denominado: Síndrome de Asperger (SA).


Las personas con SA, carecen de la habilidad para reconocer gestos faciales, el lenguaje corporal y rasgos emocionales en las personas que los rodean. Tienen una marcada tendencia a racionalizarlo todo, incluyendo las emociones; y tienden a enfocarse en temas específicos, al punto de llegar a especializarse en las áreas que son de su interés. Son ordenados y hacen gala de una gran concentración y una memoria casi perfecta. Desgraciadamente, la detección del síndrome es bastante difícil, siendo el caso que algunas personas nunca llegan a saber que lo padecen. Un ejemplo bastante gráfico de los muchos problemas a los que debe enfrentarse el niño con Asperger, es expuesto en la página web de la Wikipedia en español:


Cuando una maestra pregunta a un niño con Asperger que ha olvidado su trabajo escolar "¿Qué pasa, tu perro se comió tus deberes?", el niño con Asperger permanecerá silencioso tratando de decidir si debe explicar a su maestra que él no tiene perro y que además los perros no comen papel. Esto es, el niño no comprende el sentido figurado de la pregunta o no puede inferir lo que la maestra quiere decir a partir de su tono de voz, postura o expresión facial. Ante tanta perplejidad, el niño podría responder con una frase totalmente sin relación a lo que se está hablando (como por ejemplo, "¿Sabe que mi padre se ha comprado una computadora nueva?"). Ante esto, y la falta de detección del SA, desgraciadamente la maestra podría concluir que el niño es arrogante, insubordinado o “raro”.


Personajes como Sheldon Cooper (Jim Parsons) de The Big Bang Theory, la Dra. Temperance Brennan (Emily Deschanel) de Bones, la Dra. Virginia Dixon (Mary McDonnell) de Grey’s Anatomy, Jerry Espenson (Christian Clemenson) de Boston Legal, y los populares Gregory House (Hugh Laurie) de House MD y Gil Grissom (William Petersen) de CSI : Crime Scene Investigation, son evidentes portadores del síndrome, y hacen las delicias de los televidentes al propiciar, por una parte, hilarantes desencuentros en el caso de las series de comedia; y por la otra, puntos focales para el desarrollo de las distintas tramas en el caso de las series dramáticas.


De cualquier forma, es habitual ver que estos personajes, a costa del SA, expresan sin tapujos lo que piensan y en ocasiones lo que sienten, dando a cada cosa una explicación perfectamente racional, destacando lo provechoso que sería seguir la recta y correcta senda de la verdad, y lo ridículo de algunas situaciones que propiciamos (y en las que nos vemos inmersos) por la fastidiosa tendencia a no decir las cosas como son y en toda su esencia. Son absolutamente transgresores, así lo entendemos mientras los vemos, y aun así los aceptamos. Es más, nos gustan. Nos gusta el descaro con el que actúan, y aún más en lo que dicen.


En lo particular, siento afinidad por el protagonista de The Big Bang Theory, el ególatra, obsesivo y perfectamente antisocial Sheldon Cooper, interpretado por Jim Parsons. Difícilmente podemos otorgarle alguna cualidad positiva al carácter de este personaje: es soberbio, egocéntrico, maniático, carente de forma alguna de empatía y un inepto social a toda regla. Pero no podemos negar su excelente capacidad de raciocinio, a través de la cual nos ofrece una perspectiva mucho más realista de la vida.


En todo caso, estos personajes tienen el mérito de hacernos ver lo innecesarias que resultan algunas de nuestras conductas, cuán rápido podríamos obtener lo que queremos si expresamos con claridad lo que se piensa (tampoco haría daño expresar lo que se siente), y cuán sobreestimadas se encuentran (en algunos casos) las relaciones sociales, continuamente en riesgo si es que se toma la decisión de encarar las cosas de una manera honesta.