miércoles, 25 de febrero de 2015

¿Por qué bailamos?

Para mi hermana.
Mi hermosa bailarina a través del cristal
y mi maravillosa inspiración.

Si alguien me hubiera dicho, cuando era niña, que algún día yo subiría a un escenario ataviada con traje de luces, maquillada y peinada, dispuesta a expresar, bailando, lo que mis palabras no alcanzaran a decir… y que además sería inmensamente feliz allí… ¡Me habría reído durante horas!

No sólo porque se tratase de una situación imposible para mis circunstancias de aquel entonces, sino porque nunca, en mis sueños más locos, me imaginé a mi misma como una bailarina… de ningún género. De hecho, la que contaba con la contextura física y toda la disposición (y el profundo anhelo de serlo) era mi hermana. Fue ella la que tomó clases de ballet desde niña, la que se probó zapatillas y tutús de mil colores a lo largo de su formación como profesional, y la que salía con la sonrisa más radiante que hubiese visto jamás, aun después de haber pasado horas, ¡meses! ensayando una pieza cuya melodía, a esas alturas, hacía sangrar mis oídos.

En ese entonces, la diversión para mí consistía en ser la acompañante silenciosa, en observar las clases a través del vidrio y no perder de vista al pianista (pues lo mío era la música, la teoría, el solfeo y los libros) dispuesta a determinar, en mi juvenil cabecita, lo que significaba el ritmo, tanto para el que toca como para el que baila, tratando de dilucidar la preocupación máxima que me agobiaba como estudiante de música: cómo es que pueden ambos entenderse sin hablar.

Era increíble ver cómo la docente y el maestro pianista lo lograban sin mediar ni una sola palabra. Ella imponía disciplina, claro está, pero de vez en cuando parecía dejarse llevar en una elongación de brazos, en un tendu o en un ronde jambe que resultaba, para quien no tenía más nada que hacer que mirar por el cristal, un poco más sublime que los demás. Lejos estaba yo de saber que esos momentos de contemplación rendirían sus frutos años más tarde.

Mucho tiempo después, inmersa hasta los tuétanos en esta pasión que es la danza, no puedo menos que preguntarme cómo fue que llegue un día (un jueves, para más señas) azorada por la carrera, hasta el portal de la academia que prometía iniciarme en un fascinante mundo al que, hasta ese momento, nunca imaginé pertenecer.

De allí, supongo, surgen también estas dudas que me impelen a escribir sobre algo en lo que no me había detenido siquiera a considerar: ¿Qué hace bailar a una persona? Quiero decir, ¿qué sentimiento la o lo  lleva a decantarse por la danza como medio de expresión? Y, algo en lo que últimamente he reflexionado en gran medida: ¿Nos sentimos efectivamente atraídos por un género en particular o cabe la posibilidad de que sea la danza en sí misma la que nos induce a adentrarnos en ella sin remedio?

Estas reflexiones surgen a razón de una competencia televisiva a la que me he vuelto recientemente aficionada, en la cual un conjunto de bailarines es continuamente retado a demostrar sus habilidades en distintos géneros dancísticos hasta ser dignos de llevar el título de “bailarín/a favorito/a de (Norte)América”. Lo interesante de la competencia, desde mi perspectiva (seamos honestos, el formato de eliminación por semanas, con salvados y condenados, está bastante desgastado ya), es que si bien todos los participantes poseen distintas habilidades y se introducen a sí mismos como representantes de una determinada categoría (baile de salón, animador, ballet, danza árabe, tap, urbano, contemporánea, hip hop lírico, fusión, etc.), todos ellos, sin excepción, deben demostrar que, más allá de un género, están allí para bailar. 

Es así como, la bailarina formada en ballet clásico, lo mismo presenta una danza contemporánea esta semana que un hip hop lírico la siguiente, y un burlesque la semana posterior a esa. Sus habilidades, su técnica, su interpretación, la precisión en la coreografía, entre otros, son algunos de los aspectos que son evaluados por un panel de expertos locales, y uno que otro personaje reconocido, relacionado con el medio. Son ellos quienes darán su veredicto experto sobre la interpretación del/la bailarín/a y dejarán en manos del voluble público la decisión acerca de si su esfuerzo fue suficiente para permanecer otra semana en el show o si, por el contrario, debe abandonar la competencia.

El programa cuenta, además, con coreógrafos premiados con siete de los nueve Emmys a los que ha sido nominado por esta categoría, quienes han hecho gala de  algunas de las propuestas más interesantes que se han visto en la televisión norteamericana durante la última década. Así, con los ingredientes debidamente conjugados, el plato está servido para que, si la coreografía y la interpretación logran calar en la audiencia, un/a bailarín/a pueda probarse a sí mismo/a que está llevando su pasión por el camino correcto.

Luego de ver este programa, y con el debido vistazo a las performances presentadas durante las temporadas anteriores (reconozco que recién comencé a seguirlo durante la novena temporada) resulta muy claro para mí que aquello que sospechaba es, efectivamente, una gran verdad: sin importar el género en el que te enfoques, como bailarín/a, lo primordial y más importante cosa que deseas hacer es bailar. Es probable que quieras enriquecer tu conocimiento adicionando técnicas y expresiones de otros géneros, e incluso de otras disciplinas; como puede también darse el caso de que lo que te inspire a moverte, sea simplemente el amor por la danza, así, sin géneros ni categorías.

Un amor que lleva a imaginar las interpretaciones más inverosímiles, siguiendo los más diversos ritmos, vistiendo los más audaces vestuarios, empleando la más increíble utilería. Que te lleva a volar por los más espectaculares escenarios de la mano de tus nuevos héroes: las y los intérpretes que se atreven a correr riesgos, a innovar, a reinventarse a sí mismos todos los días, sólo por el simple placer de llevar la danza al siguiente nivel.

De allí que me asombre, en cierto modo, verme a mí misma, después de tantos años, haciendo tendus y chassés al ritmo de sonoros derbakes o sublimes címbalos. Explica también por qué no puedo dejar de cuestionarme acerca de lo que puedo hacer, qué nueva técnica puedo aprender, con qué ritmo distinto y desafiante seré capaz de poner a prueba ésta que es la quintaesencia de mi expresión: mi danza.

Y es por ello que, en medio de una clase, mientras moldeo mi técnica al fuego de la práctica y la constancia, no puedo menos que evocar aquellos momentos en que, sentada en las afueras de un salón, observaba por el cristal a una bailarina que parecía encontrarse en algún lugar, más allá de aquella aula de clases, siguiendo el compás que un avezado maestro pianista tocaba. Entiendo ahora que ese compás era, finalmente, sólo para ella… y esa era, como lo es para mí hoy, la razón de su sonrisa.

Para su deleite, dejo los vínculos de tres de mis interpretaciones favoritas. Los temas son “Puttin on the Ritz” (en el que bailaron hasta los jueces del show), “Too darn hot” y “Mercy” (esta chica es bailarina de ballet, y la propuesta corresponde a la reinterpretación de una de las coreografías nominada a un Emmy). Pertenecen a temporadas distintas pero bien merece la pena echarles un vistazo.


Sólo por pura diversión no les diré cuál me hace delirar. Baste decir que daría lo que tengo -y lo que no- para interpretarlo, si la vida y mi formación profesional me lo permiten algún día. ¿Se atreven a adivinar cuál es?





martes, 24 de febrero de 2015

Polvo de vidrio

Dedicado a ti, habibe...

No pido que no temas, o que confíes eternamente.
Con un “por ahora” me basta.
Ni castillos, ni villas, ni promesas se inscriben en el tiempo,
en el que quiero contigo, no.
En la soledad de mi alma trémula, nada puedo pedirte,
nada puedo ofrecerte, más que polvo de vidrio.

Es lo que he sido y lo que he recibido…
Pero hasta el polvo de vidrio,
En la oscuridad más sublime, brilla.

Y este que llevo por dentro se ilumina con tu cercanía,
asciende a temperaturas superiores
a la capacidad de mi alma y de mi cuerpo,
Se moldea y se transforma…
Aún el polvo de vidrio, amor mío, puede ser más… mucho más

En la certeza absoluta de que nada sé y nada tengo,
De que no puedo ofrecerte más que una promesa,
y la casualidad, llena de intención de cumplirla;
me atrevo a pedirte lo que a nadie… a esperarlo todo,
a creer, a confiar, a sentir, a ser, a existir…

Y entiendo que es un abuso,
que mi amor rebelde, terco, apasionado,
intencionalmente puro, descaradamente libre
es casi una imposición…
Pero palpita y vive… como jamás pensé que lo haría
Lleno, al fin, de una emoción.

Quiéreme hoy, que el “para siempre” está muy desgastado ya.
En esta locura compartida, me atrevo a pedirte: déjame ser tu ciclón,
Tu mar en calma, tu guerra y tu paz…

No pido que no temas, o que confíes eternamente,
Pues en la soledad de mi alma trémula, nada puedo pedirte…
nada puedo ofrecerte…
más que este dulce polvo de vidrio.

Magia

Siempre, desde el momento en que se me antojó nacer, a destiempo y a mis ganas, tuve la sensación de no pertenecer a ningún lugar. Ningún espacio se parecía a mí, en ninguna parte parecía encajar…

Meditaba en ello un buen día, cuando, desde el asiento trasero de un taxi el destino me traería al encuentro de una tierra que apenas si recordaba difusa entre los retazos de una niñez que entonces me parecía lejana, irreal.

Perdida en la seducción de un ocaso sublime, y un tanto anhelante, quizás, producto de la ansiedad, me dejé llevar por un arrebato de mi mente, que me hizo imaginar todas las ensoñaciones posibles y un poco más.

Recuerdo la salida presurosa, un trabajo a medio terminar, una discusión que inicia con la palabra “eficiencia” y que termina con una serie de adjetivos que más valdría la pena no recordar, y la certeza absoluta de que esta vez, sí: - Milagros, si no te sacan, ¡de esa oficina te vas!

Quiso el destino, en su capricho, mostrarme que el lado oculto de la luna también es hermoso, aun cuando no lo veas brillar. Que es cierto, que todo depende del cristal con que se mire; pero también de quién, asido a tu mano, se toma la tarea de enseñarte a mirar.

Cuando abrí los ojos, el alma se me llenó de atardeceres y dunas, de brisas batientes y sonrisas cálidas, de manos amigas y la más pura sencillez. Y por primera vez, como hacía mucho tiempo no me pasaba, comencé a creer que ese lugar de mis ensueños, podía ser.

Hoy, de nuevo en el asiento trasero de un taxi, mientras recorro caminos de esta maravillosa tierra, que sin mucho esfuerzo se hace querer, cuando suenan los acordes de una melodía que, aun en árabe me recuerda que nadie se queda solo en esta vida, que para cada quien hay un cada cual; no puedo menos que emocionarme al pensar, evocando palabras heredadas de mi legado familiar: no puedes saber dónde está tu destino, pero indudablemente lo sabrás al llegar.


Así, con una enorme sonrisa que me abarca el alma y la razón, mientras me dirijo al lugar donde vivo, no puedo evitar recordar ese primer viaje y las extrañas condiciones que se conjugaron para que se pudiera dar, consciente ahora de que una parte de mí casi no puede esperar el momento para regresar al paraíso de mi imaginación, al Falcón mágico de mis ensueños, a ese que es hoy... mi lugar.

Foto: Milagros V. Arteaga L. La Vela de Coro, estado Falcón, Venezuela

miércoles, 5 de marzo de 2014

Amor

¿Cómo podría definir al amor con sólo 11 años de edad?

Lo supe ese breve momento en la historia, lo sé ahora que es toda la historia. Cuándo ocurrió y cómo ocurrió, cosa difícil de saber… ¿Fue acaso cuando me viste?, ¿Cuando detuviste las voces del tiempo para escucharme hablar, cantar, susurrar y gritar? ¿O cuando, quizás, hiciste al mundo altivo su rostro girar? Podría haber sido cuando de tu mano, en medio del temor que me producía alzar la voz por primera vez, fuerte te sujeté mientras algo me decías… pero es algo que no puedo asegurar.

Podría decir que el amor surgió cuando tomaste en tus manos mis luchas, mis anhelos, mis necesidades, mis temores y mis sueños, y los hiciste tan tuyos que comenzamos a confundirnos tu y yo, en límites fáciles de difuminar, cuando dijiste aquello que hace tanto ansiaba escuchar.

Te amé, sin duda alguna, cuando me mostraste el mundo, uno que existía, que era posible… pero que yo no conocía. Me llenaste de cultura, de música, de libros, de pintura, de tu amorosa locura y poesía. Y cuando aquello no fue suficiente, me diste aún más… Me diste alas para volar por mi cuenta y ser tan libre como el aire, como el sol, como la mañana y la noche, como tu espíritu indomable y tu voluntad, inquebrantables como la fe que puse en nuestro amor, tu amor.

Amar, podría ser, saber que nunca me mentiste, pues incluso cuando me dijiste que te irías algún día, me decías la verdad.  Es la certeza absoluta de ocupar tu corazón en cada sencillo momento, en tus silencios, en tu soledad, en tus alegrías que fueron varias y en las desilusiones que no te pude evitar. ¿Amor? Amor es tu entrega, nuestra entrega a un sentimiento, a una y mil ideas, incluso cuando el mundo se nos vino encima y creímos solos estar.

Amor es transitar todavía el mismo camino que iniciamos juntos, aún tomados de la mano, quince años después. Es la madurez compartida, la experiencia obtenida, la elegía a mi osadía y a tu firme voluntad. Podría ser, quizás, ver cada día un evento maravillosamente imposible, hacerse cotidiana realidad… la felicidad repartida a todo aquel que no creyó posible algún día poderla alcanzar…


Pero, repito, ¿qué se puede decir del amor con sólo 11 años de edad? Mientras me dices, determinante y serio, un solo “POR AHORA”; y yo susurro a viva voz, con insistencia y latiendo el corazón: Para siempre y mucho más…
Foto original de esta servidora, tomada durante el Desfile Bicentenario 2011

lunes, 21 de octubre de 2013

Para que entiendas mi forma de amar



Otras podrán decir que te aman… como seguramente dirán…
Pero ellas no son yo, ni lo harán como yo lo habré dicho,
Porque cuando digo que “te amo”, no lo diré como ellas,
no será parecido, ni su valor será igual.

Este amor, mi amor,  es pasión, compañía, necesidad y olvido,
Es anhelo de estar juntos o las alas para volar,
Es la fantasía, la magia; la tuya, la mía, la realidad.

Mi amor no tiene límites, ni está condicionado,
Porque tu amor, para mí, tiene más valor si es libre,
Incluso si no hay un “nosotros” o futuro posible,
Mi amor quiere, por encima de todo, tu felicidad…

Y ahora que ya decidiste,
Que has librado a mi alma de la tortura de esperar,
Mi amor es un tesoro valioso…
Uno que ya no tendrás.

Porque en absoluta certeza,
De que ahora sí entiendes
mi forma de amar
Puedo decir que te amo
Ahora que decides irte
Y yo te dejo en libertad.

viernes, 16 de agosto de 2013

La H es muda... no invisible



Si te digo que se escribe “con” en lugar de “de”, por poner un ejemplo, puedes tener la seguridad de que lo hago con base en mis estudios académicos, seguidos, aprobados y avalados por una universidad reconocida, que me confirió, conforme a sus normas y lineamientos, una licencia que me acredita en los referidos estudios. Si eso no te basta, quizás sea oportuno mencionar que en determinado momento decidí actualizar dichos conocimientos con el estudio, seguimiento y aprobación respectiva de una maestría, avalada también por una universidad que me confirió el grado respectivo, en correspondencia con el cabal cumplimiento de los requisitos por ella exigidos.

Si aún así eso no es suficiente para ti, a la fecha cuento con la experiencia que me proporciona casi una década de ejercicio de mi profesión, siempre en el contexto de la ética, la responsabilidad y el profesionalismo… Si aún así, a pesar de lo anterior, decides escribir “de” en lugar de “con”, para seguir nuestro ejemplo anterior, entonces deberás asumir la responsabilidad por lo que escribes y por las decisiones que tomas respecto a ello. Ten la seguridad, de igual forma, que en lo que a mí respecta, yo estaré satisfecha con mi trabajo y mi conciencia… Pero eso no te excusa, ni evitará que considere lo anterior como una falta de respeto hacia mí como profesional.

Del mismo modo en que no darías indicaciones al médico que te opera, o al abogado que te asiste legalmente, porque respetas su conocimiento del área (aspecto en el cual, seguramente, no tendrás ninguna competencia); en esa misma medida exijo respeto para mi área y mis conocimientos. Entiendo que el lenguaje, como sistema que es, se encuentra en constante evolución y es susceptible, en consecuencia, de sufrir modificaciones. Y es en ese contexto que estoy dispuesta, y en el que valoro profundamente, la crítica (así como la argumentación) en pro de la construcción, colectiva y, sobretodo, positiva de nuestro idioma.

Lo que no estoy dispuesta a tolerar es que, sobre la base de modas, estado anímico o absoluto desconocimiento, pretendas desechar mi experiencia en el área, así como los conocimientos que he apre(he)ndido de otros, con más sabiduría y la suficiente altura, moral y ética, como para pronunciarse con argumentos lógicos y valederos.

Como dicen por allí, nadie muere de ortografía. Y probablemente no habrás perdido nada por ignorar mis humildes consejos y escribir como desees… a excepción de mi respeto, claro está… y la valiosa oportunidad de quedarte callado y dejar que tu falta de competencia en el área pasara desapercibida.

No es que considere que escribir incorrectamente esté mal, y sé perfectamente bien que los juicios sobre las y los que serían responsables de tal condición, proporcionarían suficiente material como para que sea tema de otro ámbito. Cometer errores (válido para la vida y la ortografía) no es lo malo, y eso es algo en lo que insistiré toda mi vida. Lo negativo, reitero, es no aprovechar las oportunidades que se nos brindan para aprender de ellos y corregirlos.

Culmino estas palabras recordando que el lenguaje es pieza fundamental, si no la base, que permite la estructura de tu pensamiento. No lo olvides la próxima vez que la flojera te gane la partida por poner un acento, te saltes las comas y/o los puntos, o te valga madres si va con “s” o “c”. Así como escribes, así piensas y estructuras tu mundo… y eso, bien o mal, lo demás lo notarán. Como la “H”… muda y todo, pero existe.



Milagros Arteaga
Orgullosa Licenciada en Letras
Magister Scientiarum (sí, en latín y todo) en Estudios Literarios.

lunes, 15 de julio de 2013

Hannibal



La simple sugerencia de la realización de un acto de canibalismo humano produce una suerte de escalofrío que recorre la espina de cualquiera. Fijado con una impronta indeleble en nuestro código genético, el canibalismo es una imposibilidad biológica para cualquier miembro de una especie, pero particularmente de la nuestra. Simplemente no podemos comernos unos a otros. Punto.


La depredación, eso ya es otra cosa. Y se admite con menos prurito moral, ético y bio-psico-social que el canibalismo. Ocurre: consumimos carne de otras especies (con mayor o menor afectación en unos que en otros, desde luego, pero eso es asunto de otra entrada) sin que ello suscite pensamientos a posteriori que te impidan conciliar el sueño.


Pero, repito, si un humano consume carne de otro humano, puede generar con sus acciones, aún cuando se trate de una simple sugerencia, las reacciones más arrebatadas y apasionadas… y pocas, por no decir ninguna, serán positivas.


Cuando hablamos de Hannibal Lecter, el caníbal más famoso de nuestro imaginario moderno, las posibilidades se expanden. En principio, su origen ficcional hace más fácil el acercamiento: podemos juzgarlo, prejuzgarlo, analizarlo, intentar entender su conducta, justificarlo, con mayor o menor éxito, etc., en una suerte de ejercicio reflexivo que culminará cuando su presencia en pantalla (por alguna razón atrae más la interpretación del personaje en filme que la construcción literaria) concluya.


En segundo lugar, las posibilidades interpretativas del personaje, tanto de quien le da vida en pantalla como de quien lo produce o lo escribe, puede dar cabida a múltiples perspectivas, todas ellas muy enriquecedoras para aquellos que tenemos la sana costumbre de ver más allá de lo evidente.


El personaje, desde su constructo literario, ha hecho gala de un contexto psicológico bien particular que es el que lo define y determina. Bryan Fuller (Pushing Daisies) lo ha entendido muy bien y así lo demuestra en cada episodio del thriller que ha traído de nuevo al Dr. Lecter a nuestras vidas.
El Gran Dragón Rojo y la dama revestida de sol
Basada en el texto El Dragón Rojo, la serie relata los orígenes del Dr. Lecter como asesino. Con absoluta delicadeza intelectual, los personajes de Hannibal se desarrollan en un entorno que, si bien no deja de ser oscuro, atrae, resulta fascinante y atemorizante al mismo tiempo. Llena de impulsos absolutamente humanos, de extrema tensión psicológica pero también de sensualidad y seducción, la serie nos muestra personajes muy humanos con conflictos internos comprensibles, asequibles, los cuales podemos considerar antes que juzgar.


La fotografía es impecable y responde a los estándares marcados por los textos de Harris, pero honrando a la cinematografía del género que debe su cuota también a este icónico personaje. Conjuntamente con una banda sonora que no puede catalogarse de otra forma que no sea conmovedora, cada episodio de la serie se convierte en una degustación destinada a satisfacer al más exigente de los paladares.


Actuaciones destacadas constituyen la guinda de un pastel exquisitamente concebido en el que nada obedece al azar o es capricho del destino. De la mano de Laurence Fishburne, Mads Mikkelsen (cuya interpretación nada tiene que envidiarle a la de Hopkins), Hugh Dancy y la mismísima Gillian Anderson (The X Files), los personajes de Harris adquieren una dimensión y profundidad bien particulares.


Laurence Fishburne, si bien es una pieza reconocida en el fichaje de esta serie, no constituye su principal atractivo. Mads Mikkelsen, un actor -y bailarín- danés desconocido para estas latitudes, sí que lo es. En su interpretación, Mikkelsen ha conjugado a la perfección los aspectos más relevantes de la personalidad de Lecter, al punto de hacerla absolutamente irresistible. Es en extremo educado, hábil, caballeroso, de gusto exquisito, sumamente inteligente… Un paquete tentador. Su puesta en escena es impoluta y su sola presencia te obliga a contener el aliento, por una razón o por otra.


La de Anderson ha sido también una interesante adición al staff de Hannibal. Reconocida por su popular interpretación de la Agente Scully en The X Files, Anderson presta su imagen para encarnar a la psicoterapeuta de Lecter, la Dra. Bedelia Du Maurier, con quien ha desarrollado una relación particularmente llamativa (cuando menos para esta primera temporada) orientada a brindarnos muchos detalles que contribuirán a desvelar la personalidad de ese Lecter que no se conoce sino en los libros de Harris.


Por su parte, la interpretación de Hugh Dancy conmueve en el más estricto sentido de la palabra. Es el antagónico perfecto de Lecter y coloca en perspectiva cualquier circunstancia acaecida entre ellos. Su relación es tirante, compleja, dispareja… pero también es la más honesta de todas las que se gestan en el seriado (salvando, desde luego, el detalle de la descarada manipulación de Lecter). También, por esa misma razón, tiene el peso dramático de la trama.


El resto del casting está integrado por actores que puede que no reconozcamos de primera línea pero que han sabido escoger bien sus papeles previos, lo que los dota de cierto respeto dado el cariz artístico de sus elecciones.


Sobre el guión podrían escribirse muchas cosas. Si bien la crítica, y el público, tienen opiniones encontradas al respecto, se coincide en el hecho de que es fiel al texto original. Desde mi perspectiva, creo que hace algo más: lo presiona, lo lleva al límite y transforma lo que requiere ser transformado, dado el medio en el cual se desenvuelve ahora. En su defensa, diré que sobresale de todo lo que, televisivamente hablando, se ha estrenado en 2013, pues Hannibal honra, con su escritura, lo más valioso que debería poseer todo espectador: su inteligencia.


La pièce de resistance, finalmente, la constituye el cuidadísimo aspecto culinario. Asesorados por el chef español, José Andrés, los productores de Hannibal nos ofrecen platos llamativos, atractivos a la vista, cuyo colorido le disputa el protagonismo a cualquier toma al resaltar, sin abusar, las cualidades más atractivas de cada receta.


El proceso culinario, así como su destacado resultado, sobresale con frecuencia, por encima del tono lúgubre, propio de cada escena en la que aparecen. Y tiene la importante responsabilidad de contextualizar las emociones y situaciones en las que se ven inmersos aquellos personajes que, para su fortuna o su desgracia, comparten la mesa del carismático doctor.


La sugestiva presentación de cada plato enmascara, como cabe suponer, otra intención, pero resulta sencillo dejarse tentar por la maestría culinaria de Lecter. Un arte que Hannibal domina muy bien, y que nos hace olvidar, la más de las veces, que el sustrato de la trama es el impulso de su protagonista por el consumo de carne humana.


En todo caso, si Hannibal no te atrapa en sus inicios, seguramente lo hará en el transcurso de la serie pues tiene potencia en sus interpretaciones, una historia tan definida como puede estarlo para sus espectadores, cuidados detalles de pre, producción y postproducción; y el aval de sus creadores que, aunque apostaron a un personaje conocido, lo hicieron con la plena conciencia de la inherente necesidad de reinventarlo para una nueva generación (y para la anterior, sin duda alguna).


Se trata de una serie imaginada para televidentes pensantes, inquietante, provocadora, inteligente, de buen gusto, a pesar de la sangre y las tomas abiertas a cadáveres y heridas punzo penetrantes, que sirve lo más perturbador pero esencial del aspecto y de la conducta humana: su vulnerabilidad, como plato principal.

Bon apetit!


Imperdibles:




  • Sin duda alguna, la actuación de Mads Mikkelsen. Ha reinventado totalmente al Dr. Lecter, cosa difícil de lograr con un personaje tan conocido.
  • El final de la primera temporada (Y la primera temporada completa). Uno de los mejores que he visto en mucho tiempo.
  • La fotografía. Interpreta y expone de manera magistral el mundo interior de los personajes, así como el contexto de las situaciones.
  • Los guiños de la historia. Hay que estar muy atentos para no perderse referencias contenidas en los textos o en filmes previos, particularmente The Silence of the Lambs.
  • La aplicación de segunda pantalla de AXN. Muchos comentarios y detalles se dan a conocer o se aprecian mejor desde esta plataforma.