miércoles, 3 de junio de 2009

EL DESCARADO ENCANTO DE LA VERDAD

Verdad: Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa. Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente.

Todos conocemos, por efectos de la transculturización, ese popular diálogo (tan típico de las series y películas norteamericanas) en el que –desde el banquillo- un oficial toma juramento al testigo que está a punto de declarar: ¿Jura usted decir toda la verdad y nada más que la verdad, con la ayuda de Dios? Se trata, podría decirse, de una situación en la que, según la gravedad del caso, la búsqueda de la verdad resulta imperiosa para la resolución de un determinado escenario. Pero ni aún en esos casos, incluso deslastrando los hechos de su investidura judicial, la verdad está garantizada.


Los seres humanos no estamos habituados a ese concepto. La verdad. Más allá del análisis filosófico desde el cual se puede abordar el tema (cosa que no me propongo en estos momentos), la verdad es la fidelidad a ti mismo (a tu manera de pensar, a tu ideología, a tu manera de sentir), o a un hecho determinado. Así lo señala el Diccionario de la Real Academia Española en su versión digital (http://buscon.rae.es/draeI/), en las líneas que sirven de epígrafe a esta disertación.


No obstante, las personas –exceptuando niños y borrachos-, tenemos la costumbre (o el mal hábito) de traicionar esa fidelidad y enmascarar la mayoría de aquello que decimos y que hacemos, escudándonos en una supuesta necesidad de no herir susceptibilidades ajenas, aun a expensas de la propia.


Este rasgo, característico de la raza humana, está siendo recientemente aprovechado por los guionistas norteamericanos, quienes han recurrido a la creación de personajes imposibilitados para mentir, los cuales se ven, con frecuencia, enfrentados por esta causa al resto de las personas que los rodean. Sin importar el género, muchas de las series actualmente al aire en la televisión por cable, presentan al menos un personaje con estas características, mismas que sirven para identificar un síndrome de tipo autístico, descubierto hace relativamente poco tiempo (será cosa de unos veinte años, más o menos) denominado: Síndrome de Asperger (SA).


Las personas con SA, carecen de la habilidad para reconocer gestos faciales, el lenguaje corporal y rasgos emocionales en las personas que los rodean. Tienen una marcada tendencia a racionalizarlo todo, incluyendo las emociones; y tienden a enfocarse en temas específicos, al punto de llegar a especializarse en las áreas que son de su interés. Son ordenados y hacen gala de una gran concentración y una memoria casi perfecta. Desgraciadamente, la detección del síndrome es bastante difícil, siendo el caso que algunas personas nunca llegan a saber que lo padecen. Un ejemplo bastante gráfico de los muchos problemas a los que debe enfrentarse el niño con Asperger, es expuesto en la página web de la Wikipedia en español:


Cuando una maestra pregunta a un niño con Asperger que ha olvidado su trabajo escolar "¿Qué pasa, tu perro se comió tus deberes?", el niño con Asperger permanecerá silencioso tratando de decidir si debe explicar a su maestra que él no tiene perro y que además los perros no comen papel. Esto es, el niño no comprende el sentido figurado de la pregunta o no puede inferir lo que la maestra quiere decir a partir de su tono de voz, postura o expresión facial. Ante tanta perplejidad, el niño podría responder con una frase totalmente sin relación a lo que se está hablando (como por ejemplo, "¿Sabe que mi padre se ha comprado una computadora nueva?"). Ante esto, y la falta de detección del SA, desgraciadamente la maestra podría concluir que el niño es arrogante, insubordinado o “raro”.


Personajes como Sheldon Cooper (Jim Parsons) de The Big Bang Theory, la Dra. Temperance Brennan (Emily Deschanel) de Bones, la Dra. Virginia Dixon (Mary McDonnell) de Grey’s Anatomy, Jerry Espenson (Christian Clemenson) de Boston Legal, y los populares Gregory House (Hugh Laurie) de House MD y Gil Grissom (William Petersen) de CSI : Crime Scene Investigation, son evidentes portadores del síndrome, y hacen las delicias de los televidentes al propiciar, por una parte, hilarantes desencuentros en el caso de las series de comedia; y por la otra, puntos focales para el desarrollo de las distintas tramas en el caso de las series dramáticas.


De cualquier forma, es habitual ver que estos personajes, a costa del SA, expresan sin tapujos lo que piensan y en ocasiones lo que sienten, dando a cada cosa una explicación perfectamente racional, destacando lo provechoso que sería seguir la recta y correcta senda de la verdad, y lo ridículo de algunas situaciones que propiciamos (y en las que nos vemos inmersos) por la fastidiosa tendencia a no decir las cosas como son y en toda su esencia. Son absolutamente transgresores, así lo entendemos mientras los vemos, y aun así los aceptamos. Es más, nos gustan. Nos gusta el descaro con el que actúan, y aún más en lo que dicen.


En lo particular, siento afinidad por el protagonista de The Big Bang Theory, el ególatra, obsesivo y perfectamente antisocial Sheldon Cooper, interpretado por Jim Parsons. Difícilmente podemos otorgarle alguna cualidad positiva al carácter de este personaje: es soberbio, egocéntrico, maniático, carente de forma alguna de empatía y un inepto social a toda regla. Pero no podemos negar su excelente capacidad de raciocinio, a través de la cual nos ofrece una perspectiva mucho más realista de la vida.


En todo caso, estos personajes tienen el mérito de hacernos ver lo innecesarias que resultan algunas de nuestras conductas, cuán rápido podríamos obtener lo que queremos si expresamos con claridad lo que se piensa (tampoco haría daño expresar lo que se siente), y cuán sobreestimadas se encuentran (en algunos casos) las relaciones sociales, continuamente en riesgo si es que se toma la decisión de encarar las cosas de una manera honesta.

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