martes, 24 de abril de 2012

Así marchan los elefantes

En honor a la más reciente entrada del blog, reproduzco la traducción en castellano del poema Así marchan los elefantes incluido en el libro Dancing the dream de Michael Jackson. 



Un hecho curioso sobre los elefantes es este: para poder sobrevivir, no deben caer al suelo. El resto de los animales pueden tropezar y levantarse de nuevo. Pero un elefante siempre esta de pie, incluso para dormir. Si uno de la manada resbala y cae, se queda indefenso. Permanece tumbado sobre su costado, prisionero de su propio peso. Aunque el resto de los elefantes empujaran alrededor con angustia e intentaran levantarlo otra vez, normalmente no hay mucho que puedan hacer. Con una respiración lenta y pesada, el elefante caído muere. El resto le vela y entonces se van lentamente.

Esto es lo que aprendí de los libros de naturaleza, pero me pregunto si estará bien. ¿No habrá otra razón por la que los elefantes no pueden caerse? Quizás han decidido no hacerlo. No caer es su misión. Como el más sabio y paciente de los animales, hicieron un pacto -imagino que fue hace mucho tiempo, cuando la edad de hielo estaba terminando. Moviéndose en grandes manadas a través de la superficie de la Tierra, los elefantes primero divisaron a hombres enanos rondando por las altas hierbas con sus lanzas de piedra. "Cuánto miedo y rabia tiene esta criatura" pensaban los elefantes. "Pero va a heredar la tierra, somos lo suficientemente sabios para verlo. Vamos a establecer un ejemplo para él."

Entonces los elefantes pusieron sus grisáceas cabezas juntas y meditaron. ¿Qué tipo de ejemplo podrían enseñarle al hombre? Podrían demostrarle que su poder era mucho mayor que el suyo, cosa que era totalmente cierta. Podrían manifestar su rabia delante de él, cosa que era lo suficientemente terrible como para desarraigar bosques enteros. O podrían llenar al hombre de pánico, pisoteando sus campos y aplastando sus cabañas.

En momentos de gran frustración, los elefantes salvajes harían todas esas cosas, pero como un grupo, poniendo todas sus cabezas juntas, decidieron que el hombre aprendería mejor de un mensaje mas amable.

"Vamos a demostrarle nuestra reverencia por la vida" dijeron. Y desde ese día, los elefantes han sido criaturas silenciosas, pacientes, pacificas. Le permiten al hombre que los monten y los aprovechen como esclavos. Permiten que los niños se rían de sus acrobacias en el circo, exiliados de las grandes llanuras africanas donde una vez vivieron como señores.

Pero el mensaje más importante de los elefantes es su movimiento. Ellos saben que la vida es moverse. Amanecer tras amanecer, año tras año, las manadas marchan, una gran masa de vida que nunca cae, una imparable fuerza de paz.

Animales inocentes, no sospechan que después de todo este tiempo, caerán por una bala de los más numerosos. Quedarán tirados sobre el polvo, mutilados por nuestra avaricia sin vergüenza. Los grandes machos caen primero, de manera que sus colmillos pueden ser transformados en piezas de joyería barata. Entonces caen las hembras, y así los hombres pueden conseguir sus trofeos. Las crías corren, gritando, del olor de la sangre de su propia madre, pero no consiguen nada con huir de las pistolas. Silenciosamente, sin que nadie les ayude, morirán también, y todos sus huesos se blanquearan en el sol.

En medio de tanta muerte, los elefantes sólo pueden darse por vencidos. Todo lo que tienen que hacer es caer al suelo. Eso es suficiente. No necesitan una bala: la Naturaleza les ha dado la dignidad de echarse y encontrar su descanso. Pero recuerdan su viejo pacto y la promesa que nos hicieron, que es sagrada.

Así continúan marchando los elefantes, y con cada pisada lanzan palabras en el polvo: "Observa, aprende, ama. Observa, aprende, ama." ¿Los puedes oír? Un día, los fantasmas de diez mil señores de las llanuras dirán: "No los odiamos ¿No lo han visto por fin? fuimos complacientes al caer, para que ustedes, queridos pequeños, no caigan nunca más".

EL ELEFANTE Y EL CIRCO


Todas las personas, en algún momento de nuestras vidas, hemos deseado fervientemente un tiempo de solaz… Las anheladas vacaciones nos parecen lejanas, distantes, casi inasibles… Son, en definitiva, un derecho más que ganado para aquellos que día a día nos partimos el lomo en un puesto, sea de oficina o no.

Supongo, y lo que estoy a punto de expresar no es más que una mera especulación, que para la monarquía ese derecho debe estar consagrado también. No quiero entrar aquí en diatribas sobre la pertinencia o no de los gobiernos monárquicos en pleno siglo XXI. Pero sí me gustaría detenerme en el hecho que hace algunos días conmocionó a la opinión pública: las polémicas vacaciones a Botswana del Rey de España, Don Juan Carlos de Borbón.

Con auténtico horror observé, tal como el resto del mundo, las imágenes que recorrieron el ciberespacio de manera virulenta, y con justa razón, en las que un sonriente monarca posaba ante el cadáver de un paquidermo. Con profunda indignación contemplé el desparpajo con que sonreía, portando un rifle de caza entre las manos, en una malograda pose que busca reforzar una imagen de masculinidad que, desde mi punto de vista, se torna patética.

Sin embargo, la indignación dio paso a la más auténtica y pura rabia cuando, lejos de centrar el debate en el hecho de acechar y acabar con la vida de una especie protegida, el colectivo mundial, y particularmente el europeo, pasó a ocuparse del dinero gastado en el referido viaje, a expensas de la población española, que atraviesa en estos momentos por una fuerte crisis económica.  

No quiero menospreciar los avatares y los sinsabores por los que pueda estar pasando la sociedad española, pero insisto en que el objeto del debate debió ser, antes que el dinero, la especie humana y su supervivencia en este planeta, su voracidad y, como en este caso particular, su absoluto desprecio por la existencia de otras especies.

Si bien no faltaron las protestas en contra de este hecho tan indignante, echo de menos los pronunciamientos de las asociaciones protectoras de los derechos de los animales, de los cientos de naturalistas que pasan sus días luchando por una causa juzgada, con tanta frecuencia que casi suena a cliché, como difícil, abandonada, y demás perlas…

Me desagrada profundamente que con una simple disculpa este sujeto pretenda zanjar la situación sin hacerse cargo de las sanciones que merece por transgredir las leyes que son aplicadas a otros con dureza. Que haya leyes para unos con más poder en detrimento de otros no es un asunto nuevo, pero esta inacción sistemática del resto que se limita a callar ante lo sucedido, es sorpresiva y al mismo tiempo alarmante. Las redes sociales, tan dispuestas a hacerse presentes ante otros temas, simplemente callaron. El ciberespacio, más allá de la promoción morbosa del hecho, no se ocupó del tema. En un mundo tan interconectado, un hecho como este, que ha podido ser punta de lanza para muchas cosas, simplemente no se hizo eco.

Triste perspectiva para la especie humana…

Desde la lejanía de la infancia llegan fragmentos a mi memoria de una vieja canción… el elefante del circo mueve sus patas así…

¿Tocará sentarnos a ver cómo algunos seres humanos destruyen los recursos del planeta, a otras especies y su propia existencia? ¿Qué perspectiva de futuro puede haber para una especie que contempla pasiva la destrucción de su entorno?

Es muy grande y muy pesado…

¿Dónde está verdaderamente el circo?

Y no se parece a ti…