Todas las personas, en algún momento de
nuestras vidas, hemos deseado fervientemente un tiempo de solaz… Las anheladas
vacaciones nos parecen lejanas, distantes, casi inasibles… Son, en definitiva, un
derecho más que ganado para aquellos que día a día nos partimos el lomo en un
puesto, sea de oficina o no.
Supongo, y lo que estoy a punto de expresar no
es más que una mera especulación, que para la monarquía ese derecho debe estar
consagrado también. No quiero entrar aquí en diatribas sobre la pertinencia o
no de los gobiernos monárquicos en pleno siglo XXI. Pero sí me gustaría
detenerme en el hecho que hace algunos días conmocionó a la opinión pública:
las polémicas vacaciones a Botswana del Rey de España, Don Juan Carlos de Borbón.
Con auténtico horror observé, tal como el resto
del mundo, las imágenes que recorrieron el ciberespacio de manera virulenta, y
con justa razón, en las que un sonriente monarca posaba ante el cadáver de un
paquidermo. Con profunda indignación contemplé el desparpajo con que sonreía,
portando un rifle de caza entre las manos, en una malograda pose que busca
reforzar una imagen de masculinidad que, desde mi punto de vista, se torna patética.
Sin embargo, la indignación dio paso a la más
auténtica y pura rabia cuando, lejos de centrar el debate en el hecho de
acechar y acabar con la vida de una especie protegida, el colectivo mundial, y
particularmente el europeo, pasó a ocuparse del dinero gastado en el referido
viaje, a expensas de la población española, que atraviesa en estos momentos por
una fuerte crisis económica.
No quiero menospreciar los avatares y los
sinsabores por los que pueda estar pasando la sociedad española, pero insisto
en que el objeto del debate debió ser, antes que el dinero, la especie humana y
su supervivencia en este planeta, su voracidad y, como en este caso particular,
su absoluto desprecio por la existencia de otras especies.
Si bien no faltaron las protestas en contra de
este hecho tan indignante, echo de menos los pronunciamientos de las
asociaciones protectoras de los derechos de los animales, de los cientos de naturalistas
que pasan sus días luchando por una causa juzgada, con tanta frecuencia que
casi suena a cliché, como difícil, abandonada, y demás perlas…
Me desagrada profundamente que con una simple
disculpa este sujeto pretenda zanjar la situación sin hacerse cargo de las
sanciones que merece por transgredir las leyes que son aplicadas a otros con
dureza. Que haya leyes para unos con más poder en detrimento de otros no es un
asunto nuevo, pero esta inacción sistemática del resto que se limita a callar
ante lo sucedido, es sorpresiva y al mismo tiempo alarmante. Las redes
sociales, tan dispuestas a hacerse presentes ante otros temas, simplemente
callaron. El ciberespacio, más allá de la promoción morbosa del hecho, no se
ocupó del tema. En un mundo tan interconectado, un hecho como este, que ha
podido ser punta de lanza para muchas cosas, simplemente no se hizo eco.
Triste perspectiva para la especie humana…
Desde la lejanía de la infancia llegan
fragmentos a mi memoria de una vieja canción… el elefante del circo mueve sus patas así…
¿Tocará sentarnos a ver cómo algunos seres
humanos destruyen los recursos del planeta, a otras especies y su propia
existencia? ¿Qué perspectiva de futuro puede haber para una especie que
contempla pasiva la destrucción de su entorno?
Es muy grande y muy
pesado…
¿Dónde está verdaderamente el circo?
Y no se parece a ti…
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