miércoles, 27 de mayo de 2009

SHALL WE DANCE?

Lo más justo, antes de iniciar a leer estas líneas, sería que el lector supiera que –sin proponérmelo- este artículo va a tocar tópicos sobre los que ya he escrito anteriormente. La difícil dinámica de la pareja, así como otros tantos temas relacionados a ella, es de lo que se trata este artículo, enmascarado tras el velo de una comedia romántica llevada al cine en el año 2004, bajo la batuta del director Peter Chelsom.


Se trata de Shall we dance?, aparentemente basada en un film titulado "Dansu wo shimasho ka" (1997) de Masayuki Suo; del que no tenía conocimiento alguno hasta el momento de escribir estas líneas (y que según reportan algunos críticos norteamericanos, supera en calidad a este nuevo remake). No obstante, más allá de las claras u oscuras intenciones que hayan podido dar origen a esta pieza del séptimo arte, lo que me inspiró a escribir sobre ella fue; por una parte, el grupo de bien preparados actores que participan en ella, entre los que destacan Susan Sarandon y Stanley Tucci (quienes consiguen incluso arrebatar el protagonismo a Richard Gere y Jennifer López), y por la otra, la atmósfera propiciada por uno que otro diálogo interesante, los cuales logran hacer olvidar al espectador que sintonizó la película con la creencia errónea de que asistiría a otro desastre cinematográfico, mediocremente enmarcado en el ámbito de los bailes de salón del tipo Dirty Dancing 2: Havana Nights.


Ciertamente, Shall we dance? rescata mucho de ese espíritu inocente que envuelve a Dirty Dancing (la película original, quiero decir), si tomamos en consideración la trama sencilla y elemental que la sustenta: John Clark (Richard Gere) un hombre de edad madura, en la plenitud de su vida (una vida que podría catalogarse de feliz: matrimonio estable, condiciones laborales excelentes, etc., etc., etc.) toma la decisión de bajarse del tren que suele tomar cada noche mientras viaja del trabajo a casa, para averiguar las razones por las cuales Paulina (Jennifer López) ve pasar la vida a través de la ventana del salón de baile en el cual trabaja, con una melancolía pasmosa. Como cabe esperar, Clark no está hecho para el baile (como tampoco lo están las personas que lo acompañan en el nivel de principiante y que da pie para que la López saque a relucir la casta de bailarina de sus años primigenios en el Show Business), pero consigue convertirlo en su nueva pasión, al punto de dejarse convencer para participar en un concurso profesional.


Entre tanto, su esposa Beverly (Susan Sarandon), cumpliendo el rol arquetípico de esposa, comienza a sospechar de su marido, atribuyendo sus retrasos y su ausencia mental a una infidelidad, pues John nunca llega a revelarle su recién descubierto gusto por la danza, en el supuesto de que –de hacerlo- ésta creyese que no es feliz en su relación y en la vida que han llevado juntos.


Hechos más, hechos menos, la película va siguiendo su propio curso, lo que no reviste mayor sorpresa de no ser porque, justo en el minuto cincuenta -cuando estás a punto de rendirte al ensimismamiento mental-, Beverly realiza la pregunta por la que el film vale repentinamente cobra sentido:


-¿Por qué cree que la gente se casa? -(al detective Devine interpretado por Richard Jenkins).

-Por pasión –contesta el hombre, sin meditar demasiado en el asunto.

–No –le ataja ella.

–Es interesante porque yo la tomé por una romántica, ¿entonces por qué?

–Porque necesitamos un testigo para nuestras vidas. Hay un billón de personas en el planeta. Qué significa una vida. Al casarse, se promete cuidar de todo. Las cosas buenas, las malas. Todo el tiempo, todo el día. Uno dice que su vida no se nota, pero yo la noto. Su vida no quedará sin testigo, porque yo lo seré.


De una manera ingeniosa, Audrey Wells, autora del guión, extrapola todo el asunto de la pareja -desmitificándolo un poco, si se quiere-, restando peso al contenido filosófico y llevándolo a su denominación más simple. Tu pareja es un testigo. Formar parte de una pareja garantizaría entonces tu impronta en el mundo, sería la prueba de que tu vida no ha pasado en vano y que todo lo que en ella ha acontecido, ha significado algo para alguien además de ti mismo. El fin último de tu pareja sería atestiguar que tu vida no ha pasado en vano. De ahí que la búsqueda de ese testigo material de vida sea, para la mayoría de nosotros, una necesidad a ser cubierta de forma imperiosa, antes de que el tiempo acabe y la música termine. Resulta paradójico que, con base en esa definición, la dinámica de los Clark los haya llevado a querer un cambio, lo que no implicaba, necesariamente, una falla en la estructura de su matrimonio.


Así, es evidente que se necesita más que un testigo de vida para formar una pareja. Son muchos los factores que intervienen y tan variados como personas hay en el mundo. No hay una fórmula. Puedes tenerlo todo como John Clark (incluso con quién compartirlo) y todavía sentir que necesitas algo más. Así de inconforme es el ser humano. Desde luego, todas estas premisas se fundamentan en el supuesto de que el personaje de Gere tenía un genuino interés en averiguar el por qué de la tristeza de Paulina, antes que propiciar un encuentro con tintes adúlteros, en cuyo caso, tanto los diálogos como la cinta en sí, carecerían de sentido.


De cualquier forma, la película es entretenida, todo un deleite para las féminas seguidoras de Gere, para los que gustan de ver a la López ponerse en movimiento, para aquellos que logran apreciar las impecables interpretaciones de actores como Susan Sarandon y Stanley Tucci -incluso a través de una trama sencilla y sin muchas complicaciones- y un gusto para los que, sin ser bailarines, podemos soñar por un momento que ese cuerpo que se mueve en pantalla podría ser el propio.


Imperdibles: Stanley Tucci (Link Peterson), una actuación digna de un actor de carácter de su categoría. La banda sonora, de la cual destacan Sway (versionada por las Pussycats Dolls); Perfidia, Moon River (Henry Manzini), I Could Have Danced All Night (de My Fair Lady), Shall We Dance (de El rey y yo) y el espectacular tango de la escena focal entre Gere y López llamado Santa María, a cargo de la agrupación Gotan Proyect.

miércoles, 13 de mayo de 2009

LA PASIÓN DEL PADRE ALBERTO

“La vida está llena de imperfecciones,

y yo soy parte de este mundo imperfecto”.

Padre Alberto


De escándalos y líos que involucren a la iglesia católica, podría decirse que estamos más que saturados. No pasa un día sin que la ya vapuleada religión católica reciba un nuevo golpe que coloque en tela de juicio el liderazgo y permanencia de esta religión en el cambiante mundo moderno. No es descabellado pensar que, lejos de evolucionar, la religión católica ha ido involucionando, al punto de hacerse prácticamente incompatible con su entorno.


Encasillado en principios dogmáticos arcaicos, casi inoperantes en la dinámica del siglo XXI, el catolicismo sucumbe ante las muchas preguntas sin respuestas de sus –ya no tan- fieles, quienes deben voltear la mirada hacia otras prácticas religiosas más satisfactorias y quizás menos prejuiciosas. La iglesia católica perdió en algún punto su razón de ser, dejó que sus bases se corrompieran tras el poder que otorga el dinero y la politiquería, y abandonó, en su locura, al más importante de sus elementos: el ser humano.


Desde entonces, la permanencia de la iglesia –que no la de la fe católica – en el mundo actual depende, probablemente como nunca antes, de la persistencia de sus feligreses, de su necesidad de seguir creyendo a pesar de las decepciones y de la evidente presencia de una doble moral con la que se le juzga desde el mismo púlpito y se le conmina a actuar. Queda claro que las reglas del juego no son las mismas para todos. Aquellos que nos hemos alejado de la iglesia, de seguro lo hemos hecho con la certeza plena de que aquello que predica se aleja, por mucho, de lo que las (supuestas) sagradas escrituras exponen, pues curas y monjas deshacen con sus acciones lo que sus propias palabras (supuestamente amparadas en la biblia) pretenden sostener contra todo pronóstico.



La encarnizada lucha entre el catolicismo y las prácticas sexuales de la humanidad podría, con facilidad, encabezar la lista de reglas antinatura y de doble moral en las que la iglesia pretende fundamentar su dogma. ¿Su paradigma? El celibato. Así, monjas y curas católicos enarbolan esa bandera, escudando su amor a Cristo en la (una vez más supuesta) abstinencia del pecado que provoca la carne, como si la prostituta que a duras penas logra sobrevivir fuese menos católica por el simple hecho de ganarse la vida mediante el comercio sexual, o el adolescente que compra una playboy, o el hombre maduro que ve pasar las horas en un bar nudista.


Con una absoluta falta de mesura, se juzga al feligrés que osa transgredir la norma… a un lado queda el hecho, tan cierto como una catedral y tan convenientemente olvidado, de que somos humanos; y el sexo –más allá de las conductas antes expuestas, que para nada constituyen la norma- puede ser también la expresión de un sentimiento, forma parte de esa condición, de nuestra esencia, tan natural en nosotros como el resto de nuestras necesidades primarias.


Alberto Cutié, un ser humano como cualquier otro, tuvo las que podrían considerarse como expresiones amorosas hacia una mujer. Muestras de un sentimiento que bien habrían podido pasar inadvertidas como tantas otras que se ostentan en la calle, incluso menos recatadas que las suyas, sino hubiese sido por el hecho de que Alberto es un sacerdote, uno cuyo nombre no podía ser más público entre la comunidad latina que vive, tanto fuera como dentro de Estados Unidos. El Padre Alberto, como es conocido gracias a la popularidad de sus programas de televisión y a su activa participación en la comunidad, tuvo la osadía de comportarse como un ser humano, irrespetando según sus congéneres gremiales, su investidura eclesiástica.



De esta manera, sobre las tambaleantes estructuras del catolicismo moderno, cae esta dura roca que, paradójicamente, abre la posibilidad para que aquellos olvidados feligreses, que incluso con amargura se habían alejado de la religión católica, regresen con una fe renovada y con las esperanzas puestas en una nueva iglesia, gracias a la postura que –dignamente, creo yo- ha tomado el Padre Alberto, al reconocer su responsabilidad ante el hecho pero defendiendo también su condición de ser humano, uno que lleva pantalones bajo la sotana, y aún más loable, defendiendo su sentimiento ante la opinión pública.


“Estoy enamorado”, así sin mayor desparpajo lo ha confesado en un programa de factura norteamericana, y “no me arrepiento de amar a una mujer”, decía más adelante en esa misma entrevista. Sin inmutarse, sin golpes de pecho, sin meas culpas, así lo ha dicho y lo ha mantenido; “Dios me hizo hombre y después fui ordenado”. Con estas palabras, y contra lo que cabía esperar, el Padre Alberto ha conseguido más apoyo de la comunidad católica que la que cualquier alto jerarca de la iglesia, en su puritanismo más exacerbado, hubiese podido imaginar. Con su sinceridad, este sacerdote ha conseguido lo que muchos católicos no practicantes esperábamos: la renovación de la fe y la puesta en práctica de un catolicismo que acepte al ser humano como humano, sin juzgarlo por ser fiel a su propia esencia.


Si se predica que Dios es amor, entonces nada más sagrado hay. El amor es uno y el mismo, y es para todos... como el mismo Dios. Creo poder asegurar, sin temor a equivocarme, que no existe nada más difícil de encontrar que el amor. Que ese sentimiento sea recíproco entre dos extraños que se cruzan un día, es un milagro con todas las de la ley… que le ocurra a un hombre de fe, es corroborar la esencia misma de lo que se predica.


¡Bravo Padre! Gracias por su valentía, por admitir lo que no muchos están dispuestos a aceptar: la iglesia necesita renovarse. Gracias por no ceder a la obcecación de la iglesia católica que pretende tapar el sol con un dedo, construyendo pedestales para seres tan humanos como cualquier otro. Gracias por hacernos girar de nuevo el rostro hacia una religión que, para algunos, yacía prácticamente olvidada de tanta decepción. Gracias por hacernos ver lo obvio, aun cuando se repite una y otra vez: Dios es amor, y amor es todo lo que se necesita.

Finalmente, si de algo sirve, les dejo un pasaje de la biblia que me gusta recordar de tanto en tanto y que considero más que oportuno:

Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.

Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin limites, cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin limites. El amor no pasa nunca.

Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios12, 31-13, 8ª.



martes, 5 de mayo de 2009

EL SISTEMA DE ORQUESTAS Y EL PRÍNCIPE DE ASTURIAS

El siguiente escrito forma parte de una serie que, ahora, pienso publicar sobre una agrupación que me apasiona y me llena de mucho orgullo: el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, también conocido como FESNOJIV, y la importante labor de su fundador e integrantes a lo largo de casi cuarenta décadas. Éste artículo en particular, debía ver la luz con motivo del premio Príncipe de Asturias a las Artes 2008, otorgado con justicia a nuestra orquesta y al Maestro José Antonio Abreu. Quizo la fortuna que se perdiera momentáneamente en el ciberespacio, siendo éste el momento propicio para darlo a conocer.

NdelA


Para todo aquel que se haya sentido orgulloso alguna vez de ser venezolano, la noticia de que nuestra –y nótese que recalco lo de nuestra- Orquesta Sinfónica Juvenil e Infantil de Venezuela se haya hecho acreedora del Premio Príncipe de Asturias a las Artes 2008, debe haber sido no menos que excepcionalmente emocionante. Que la labor del maestro José Antonio Abreu y la de los muchos abnegados educadores y músicos que lo acompañan, no pase desapercibida para el resto del mundo es ya, per se, un gran logro, pues son proyectos como el del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, por su valor intrínseco y por su tenacidad y constancia en el tiempo, los que merecen ser reconocidos y apoyados.



Como sucede cada vez que un galardón de este tipo es entregado, es probable que el mayor logro de este premio, más allá de la importancia internacional de la que goza, resida en el hecho de que ahora los focos están dirigidos hacia la orquesta, hacia sus fundadores y, en especial, hacia los chicos que orgullosamente participan de ella, verdaderos protagonistas de ese sueño que surgió hace casi cuatro décadas ya y que, desde entonces, a la calladita –y en ocasiones, no tanto- ha venido materializándose, a pesar de que en el camino la lucha haya podido ser dura.




El veredicto no podría ser más acertado, aún cuando las palabras del Presidente del jurado, José Lladó Fernández Urrutia, se queden cortas en su justificación. Según él, uno de los motivos para seleccionar al Sistema de Orquestas radica en el hecho de que “han colaborado con figuras de primer nivel y formado a grandes directores e intérpretes”. No pongo en duda la calidad del Sistema de Orquestas en la formación de almas gracias a la positiva influencia del arte hecho música y a la constante e incansable labor de sus participantes, pero el hecho de que se limite el veredicto a los grandes intérpretes que egresen de sus filas desmerita otro gran logro del Proyecto del Maestro Abreu y es el de salvar vidas a través de la música. De seguro este proyecto ha rescatado, a través de la reinserción social, a más de un niño o joven de escasos recursos económicos que, si bien es probable que no se haya convertido en un gran intérprete, bien puede haber cambiado su vida para siempre y positivamente, gracias a la música y a ese universo de posibilidades que aquélla le ofrece.


Ese es el gran logro, desde mi punto de vista, de la FESNOJIV, expuesto claramente en las palabras de otro hijo de ese gran proyecto, Gustavo Dudamel: soñar el sueño y hacerlo realidad. El logro está en hacerlo posible, en transformar en realidad el fruto de una labor que es única en el mundo. El logro, para todos aquellos que hemos visto a veces desde la distancia, otras tantas como parte activa, la labor de estos héroes incansables, está en sentir que la orquesta es nuestra, venezolana, venezolanísima, tricolor, vibrante y sonora, que tiene un mensaje que decir al mundo –no de ahora, desde siempre- y que ese mensaje se está escuchando, fuerte y claro.

Must love dogs (o Se busca pareja)



La primera vez que vi “Must love dogs” (2005) pensé, erróneamente, que se trataba de una película que involucraba animales y personas que los aman; quizás –llegué a imaginar- trate de la tormentosa pero picaresca vida de uno o varios canes, o la infaltable comedia de travesía en la que algún animal casero (llámese perro, gato, cerdo, etc.) intenta encontrar el caminode vuelta a casa. Al menos hay perros, razoné, cuando resultó que sí había animales, pero –como descubriría en el transcurso del largometraje- no constituían el tema central de la cinta.


Sin proponérmelo, me encontraba expectante ante una comedia romántica más, en este caso una bien llevada, eso sí; que buscaba con diálogos medianamente inteligentes, no caer en el cliché gringo bobalicón en el que caen muchas películas de este género. Para mi sorpresa, un John Cusack muy natural (eso no es lo sorprendente) logró construir el personaje de Jake Anderson –aparentemente plano- con una ligera riqueza de matices, breves e intensos, cuyas salidas hilarantes se dejaban colar entre cada diálogo. A su lado, nada más y nada menos que la multifacética Diane Lane -a quien nunca antes, debo confesar, había visto en papeles de comedia- le da vida a Sarah Nolan; una cuarentona (?) divorciada hace algún tiempo, a quien la soltería y la amargura por la ruptura –a juicio de sus hermanas y amigos- ya le había durado demasiado.


Más allá de la temática (que, admitámoslo, no ofrece nada nuevo), llama la atención cada uno de los particulares enfoques desde los cuales es abordado el complejo asunto de la búsqueda de pareja. Cada personaje, desde su trinchera, aporta su perla de conocimiento en torno al caso, exponiendo todo un rosario de situaciones jocosas que consiguen llenar, risas más, risas menos, el espacio de dos horas que abarca el film. Nada más aparece el primer cuadro, Rebecca (Bess Wohl) abre el debate asegurando que el mejor lugar para conocer hombres es el mercado, “Y no se pierde mucho tiempo. Un hombre con una lista es casado. Si está comprando comida congelada con una canastita, es soltero”.


Lejos está el asunto de ser tan sencillo. Así lo constata Sarah cuando, luego de una cita tras otra (producto de un anuncio publicado por sus hermanas en una página web para solteros) se ve obligada a reducir su recién y escasamente abierto compás de búsqueda hasta casi anularlo por completo. Al parecer, las citas a los cuarenta (y me atrevería a asegurar que a cualquier edad) no son un asunto fácil, pues en él intervienen muchos factores que, en buena parte de los casos, pueden evitar que se produzca el anhelado click entre dos personas. ¡Y sin embargo sucede! Basta encontrar ese algo indispensable para que la conexión ocurra y la magia comience.


“Must love dogs” nos enseña que, a pesar de los desaguisados, encontrar la pareja ideal es posible (cliché, sí, ya lo sé); que no debemos rendirnos ante cada derrota en el campo de batalla amoroso (otro cliché); y que es posible encontrar el amor, aún después de haber amado y perdido, no importa si tienes cuarenta, veinte, sesenta. No obstante, lo más interesante que se puede extraer de esta película son los distintos tipos de relaciones que se exponen en ella, cada uno valedero, cada uno de ellos más real que el anterior, todos posibles.


Quizás al final del día, puedas extraer una lección de esta película. Pudiera ser: la soltería es en ocasiones la opción más sana ante el frenesí desaforado que representa el proceso de búsqueda de una pareja. Es posible que la enseñanza sea: el amor es uno solo, el resto es hobby. Probablemente: no existe tal cosa como el único y verdadero amor, hay diversas formas de amor y de amar, dedícate a encontrar el que más te ajuste. Sin duda alguna, podrás asegurar que amor como el de tu mascota, como ese no vas a encontrar.


Finalmente, sin importar la forma en que lo abordes, “Must love dogs” te mostrará que el proceso de encontrar una pareja (antes que el resultado en sí) puede ser tan engorroso como divertido, si después de todo lo que has pasado puedes detenerte a oler las rosas. Quizás entonces alguien te tome de la mano y transite junto a ti ese sendero, haciendo que mires la vida con otro cristal.