martes, 5 de mayo de 2009

Must love dogs (o Se busca pareja)



La primera vez que vi “Must love dogs” (2005) pensé, erróneamente, que se trataba de una película que involucraba animales y personas que los aman; quizás –llegué a imaginar- trate de la tormentosa pero picaresca vida de uno o varios canes, o la infaltable comedia de travesía en la que algún animal casero (llámese perro, gato, cerdo, etc.) intenta encontrar el caminode vuelta a casa. Al menos hay perros, razoné, cuando resultó que sí había animales, pero –como descubriría en el transcurso del largometraje- no constituían el tema central de la cinta.


Sin proponérmelo, me encontraba expectante ante una comedia romántica más, en este caso una bien llevada, eso sí; que buscaba con diálogos medianamente inteligentes, no caer en el cliché gringo bobalicón en el que caen muchas películas de este género. Para mi sorpresa, un John Cusack muy natural (eso no es lo sorprendente) logró construir el personaje de Jake Anderson –aparentemente plano- con una ligera riqueza de matices, breves e intensos, cuyas salidas hilarantes se dejaban colar entre cada diálogo. A su lado, nada más y nada menos que la multifacética Diane Lane -a quien nunca antes, debo confesar, había visto en papeles de comedia- le da vida a Sarah Nolan; una cuarentona (?) divorciada hace algún tiempo, a quien la soltería y la amargura por la ruptura –a juicio de sus hermanas y amigos- ya le había durado demasiado.


Más allá de la temática (que, admitámoslo, no ofrece nada nuevo), llama la atención cada uno de los particulares enfoques desde los cuales es abordado el complejo asunto de la búsqueda de pareja. Cada personaje, desde su trinchera, aporta su perla de conocimiento en torno al caso, exponiendo todo un rosario de situaciones jocosas que consiguen llenar, risas más, risas menos, el espacio de dos horas que abarca el film. Nada más aparece el primer cuadro, Rebecca (Bess Wohl) abre el debate asegurando que el mejor lugar para conocer hombres es el mercado, “Y no se pierde mucho tiempo. Un hombre con una lista es casado. Si está comprando comida congelada con una canastita, es soltero”.


Lejos está el asunto de ser tan sencillo. Así lo constata Sarah cuando, luego de una cita tras otra (producto de un anuncio publicado por sus hermanas en una página web para solteros) se ve obligada a reducir su recién y escasamente abierto compás de búsqueda hasta casi anularlo por completo. Al parecer, las citas a los cuarenta (y me atrevería a asegurar que a cualquier edad) no son un asunto fácil, pues en él intervienen muchos factores que, en buena parte de los casos, pueden evitar que se produzca el anhelado click entre dos personas. ¡Y sin embargo sucede! Basta encontrar ese algo indispensable para que la conexión ocurra y la magia comience.


“Must love dogs” nos enseña que, a pesar de los desaguisados, encontrar la pareja ideal es posible (cliché, sí, ya lo sé); que no debemos rendirnos ante cada derrota en el campo de batalla amoroso (otro cliché); y que es posible encontrar el amor, aún después de haber amado y perdido, no importa si tienes cuarenta, veinte, sesenta. No obstante, lo más interesante que se puede extraer de esta película son los distintos tipos de relaciones que se exponen en ella, cada uno valedero, cada uno de ellos más real que el anterior, todos posibles.


Quizás al final del día, puedas extraer una lección de esta película. Pudiera ser: la soltería es en ocasiones la opción más sana ante el frenesí desaforado que representa el proceso de búsqueda de una pareja. Es posible que la enseñanza sea: el amor es uno solo, el resto es hobby. Probablemente: no existe tal cosa como el único y verdadero amor, hay diversas formas de amor y de amar, dedícate a encontrar el que más te ajuste. Sin duda alguna, podrás asegurar que amor como el de tu mascota, como ese no vas a encontrar.


Finalmente, sin importar la forma en que lo abordes, “Must love dogs” te mostrará que el proceso de encontrar una pareja (antes que el resultado en sí) puede ser tan engorroso como divertido, si después de todo lo que has pasado puedes detenerte a oler las rosas. Quizás entonces alguien te tome de la mano y transite junto a ti ese sendero, haciendo que mires la vida con otro cristal.

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