jueves, 19 de marzo de 2009

TOMA CHOCOLATE, PAGA LO QUE DEBES

Realizar una actividad porque te produce satisfacción personal debería ser el principio universal que rija todos los acontecimientos de tu vida. Tener la certeza de que eso que haces te llena como ser humano, como persona, como profesional, lleva (o debería llevar) implícito el sello de la felicidad, pues representaría -en términos más utópicos- la plenitud de la vida. No obstante, y muy a pesar de nuestros esfuerzos, esa sensación de plenitud es –según lo veo- una de las condiciones más difíciles de alcanzar por razones que pueden resultar tanto valederas como insólitas.


Por desgracia, a algunos, dichas circunstancias nos obligan a postergar esas actividades que nos satisfacen para ejercer como medio de vida otras tantas que, si bien no nos proporcionan nada en el plano personal, bien que ponen comida en la mesa y pagan las cuentas. Y como la gripe común, el germen de aquello que nos agradaría hacer, permanece latente en nuestro interior esperando la más mínima oportunidad para surgir a la luz. No se trata de excusar el hecho de que no “escogimos” como modo de vida aquello que nos gusta (para ser honestos, muchos lo hemos intentado, incluso de una manera que podríamos llamar “académicamente formal”); se trata de que muchas veces tu modo parece no converger con el resto del mundo. No encuentra lugar aun cuando puede ser tanto o más legítimo que otros. En mi caso, el modo de vida son las letras. Para otros puede ser la pintura, la talla en madera, la escultura, el cine...


Escribir me llena, es lo que auténticamente me hace feliz, una felicidad que es pura, liberadora, real e incondicional. Por desgracia, forma parte del grupo de actividades que –incluso llenando el espíritu- no son bien apreciadas en el campo laboral, siendo escasas las ofertas y aún más escasos los beneficios económicos que proporciona.


A menos, claro, que seas un Paulo Coelho, quien según sus propias palabras tiene suficiente dinero como para vivir cómodamente en sus próximas seis reencarnaciones y que representa un caso particular; la manera más popular de poseer una notoria solvencia económica como escritor es haber hecho algo trascendental con tus ideas y probablemente haber muerto (joven, trágicamente, o luego de una vida llena de sinsabores, tu escoge) para que el entonces mundo que te incomprendía como escritor te aprecie a plenitud.


De otra forma, el camino que te queda es el malabarismo. Deberás equilibrar dos mundos, si no es que más, para poder realizarte como persona, pues aparentemente ninguno de ellos puede en sí mismo satisfacer tus necesidades intelectuales, personales, económicas, espirituales ni de otro tipo. Se requiere de la participación conjunta de cada uno para lograr la complementariedad soñada y puedas, al menos, vivir en paz contigo mismo sin sentir que traicionas tus principios o aquello que realmente deseas.


Es en esas condiciones cuando se hace más evidente el hecho de que integras este mundo, el real, ese que está lleno de exigencias y reglas; es allí, cuando la dualidad te tiene en tres y dos al borde de una decisión -mientras ruegas porque puedas algún día tener una brillante idea tipo Coelho que te permita la grosería de vivir cómodamente por las reencarnaciones que te falten- cuando resignadamente te beberás ese chocolate como dice la canción, al tiempo que tu mente medio taciturna ya, divagará envuelta en la ansiedad creciente de la siguiente deuda a pagar.

2 comentarios:

  1. Dos mundos... Exacto y a veces hasta tres... Saludos... Te dejo con Benedetti... Poemas de la oficina, para mi la biblia como desde q tenia 18...

    COSAS DE UNO


    Yo digo ¿no?
    esta mano
    que escribe mil doscientos
    y transporte
    y Enero
    y saldo en caja
    que balancea el secante
    y da vuelta la hoja
    esta mano crispada en el apuro
    porque se viene el plazo
    y no hay tu tía
    que suma cifras de otros
    cheques de otros
    que verdaderamente pertenece a otros
    yo digo ¿no?
    esta mano
    ¿qué carajo
    tiene que ver conmigo?

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  2. Benedetti, por supuesto... Hace mucho que no lo leia, aunque lo recuerdo siempre que estoy sumergida en el ambiente "oficinezco"... Sencillamente magistral.

    Gracias por seguir leyendo.

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