Siempre,
desde el momento en que se me antojó nacer, a destiempo y a mis ganas, tuve la
sensación de no pertenecer a ningún lugar. Ningún espacio se parecía a mí, en
ninguna parte parecía encajar…
Meditaba
en ello un buen día, cuando, desde el asiento trasero de un taxi el destino me
traería al encuentro de una tierra que apenas si recordaba difusa entre los
retazos de una niñez que entonces me parecía lejana, irreal.
Perdida
en la seducción de un ocaso sublime, y un tanto anhelante, quizás, producto de
la ansiedad, me dejé llevar por un arrebato de mi mente, que me hizo imaginar
todas las ensoñaciones posibles y un poco más.
Recuerdo
la salida presurosa, un trabajo a medio terminar, una discusión que inicia con
la palabra “eficiencia” y que termina con una serie de adjetivos que más
valdría la pena no recordar, y la certeza absoluta de que esta vez, sí: - Milagros, si no te sacan, ¡de esa oficina te vas!
Quiso
el destino, en su capricho, mostrarme que el lado oculto de la luna también es
hermoso, aun cuando no lo veas brillar. Que es cierto, que todo depende del
cristal con que se mire; pero también de quién, asido a tu mano, se toma la
tarea de enseñarte a mirar.
Cuando
abrí los ojos, el alma se me llenó de atardeceres y dunas, de brisas batientes
y sonrisas cálidas, de manos amigas y la más pura sencillez. Y por primera vez,
como hacía mucho tiempo no me pasaba, comencé a creer que ese lugar de mis
ensueños, podía ser.
Hoy,
de nuevo en el asiento trasero de un taxi, mientras recorro caminos de esta
maravillosa tierra, que sin mucho esfuerzo se hace querer, cuando suenan los
acordes de una melodía que, aun en árabe me recuerda que nadie se queda solo en
esta vida, que para cada quien hay un cada cual; no puedo menos que emocionarme
al pensar, evocando palabras heredadas de mi legado familiar: no puedes saber
dónde está tu destino, pero indudablemente lo sabrás al llegar.
Así, con una enorme
sonrisa que me abarca el alma y la razón, mientras me dirijo al lugar donde
vivo, no puedo evitar recordar ese primer viaje y las extrañas condiciones que
se conjugaron para que se pudiera dar, consciente ahora de que una parte de mí
casi no puede esperar el momento para regresar al paraíso de mi imaginación, al
Falcón mágico de mis ensueños, a ese que es hoy... mi lugar.
Foto: Milagros V. Arteaga L. La Vela de Coro, estado Falcón, Venezuela |
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