lunes, 2 de febrero de 2009

Ese peligroso cuento de hadas...

Oh, ese cuento que te encantaba tanto de niño... Esa historia repetitiva que cobrará vida una y otra vez en tu cabeza desde el momento en que tengas uso de razón. Esos personajes delirantes que se convertirán en deliciosos arquetipos, guías ficticias de una vida que se aleja -y por mucho- de un cuento de hadas.
Sí, yo que amo la literatura, las letras en todas sus formas, ese mágico universo que se esconde en cada línea, en cada párrafo, en cada libro; yo -insisto en asumir mi responsabilidad en este asunto- creo firmemente que los cuentos de hadas, historias fantásticas y todo vestigio de narrativa extraordinaria deberían estar prohibidos. Especialmente a los niños, a quienes daña irreversiblemente...
De acuerdo, quizás las perspectiva de la prohibición absoluta puede (y pongo mayúsculas en PUEDE) ser un tanto exagerada, pero es que luego de meditarlo seriamente, he llegado a la conclusión de que la relación cuento de hadas (cuando eres niño) y psicólogo (ya de adulto) es más que evidente.
De niños se nos inocula, casi sin meditación previa por parte de nuestros padres, ese veneno peligroso de la utopía. Del mundo fantástico que es posible (¿Quién dijo que lo era?) y que todos -sin distingo de ninguna especie- sin duda alguna merecemos.
Así, príncipes azules que vendrán a rescatarnos, hadas madrinas que convertirán cada simple deseo en realidad, varitas mágicas y pociones que pueden solucionar cualquier visicitud, comienzan a tomar forma en nuestro ahora demasiado expuesto cerebro, obligándonos a crear todo un imaginario de personajes fantásticos que estarán allí para evadirnos de la realidad en el momento en que se requiera.
La cosa no estaría tan grave si no fuese por el hecho de que, con el pasar de los años, las fronteras entre un mundo y otro comienzan a desdibujarse, a tal punto que pasamos -ahora siendo adultos- a esperar (literalmente) por un príncipe azúl, o a rogar por una varita mágica y/o poción (píldoras para dormir, adelgazar, juegos de lotería, etc.) que nos solucione la vida.
Esto me lleva, irremediablemente a una pregunta: ¿Necesita solución la vida? ¿de dónde sacamos aquello de que "esto no me puede estar pasando a mi"? ¿Por qué no? ¿Qué te hace especial, o diferente del resto?
Quizás nuestra imposibilidad (como género, me refiero) para entender las situaciones que nos presenta la vida, está intrínsecamente relacionada con el hecho de que seguimos esperando que ese mundo imaginario -perfectamente posible, según nuestros cuentos de hadas- se haga realidad en cualquier momento.
De esta manera, aún cuando eres profesional y se podría decir que llevas una vida que satisface en mayor o menor medida tus espectativas, eres incapaz de decir que llevas una vida plena por no estar casado o no tener pareja (no olvidemos el recientemente "descubierto" Síndrome de Ally McBeal), por ejemplo.
El mundo está plagado de personas que se sienten incompletas por no tener el peso ideal (¿y eso con qué se come?) la apariencia perfecta (¿quién decide lo que es perfecto y lo que no?, el trabajo "de tus sueños", el auto de moda, el dinero, etc...
No cabe duda de que los psicólogos tienen mucha tela de donde cortar. Quizás antes de preguntarle a cada paciente cómo era la relación con sus padres (culpables a todas luces, ahora sí, de todo lo que te suceda de adulto), deberían preguntar cuál es su cuento favorito, o qué fue lo primero que leyó de niño. De esta forma, sería posible establecer el nivel de desfase que tiene usted entre la vida que le ha tocado vivir y el cuento de hadas que usted mismo se ha creado en su cabeza y está empeñado en hacer realidad...

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