domingo, 9 de octubre de 2011

Murmullos

Para L. F.

A veces hay que dejarse de macanas, como decía Mafalda y lanzarse... Así de simple: sin artificios, sin redes de seguridad, sin zonas de comodidad. A esa conclusión llegué hoy, luego de haber pasado tres días intensos reflexionando y leyendo entre líneas a este mundo que me alberga y me rodea. A tal decisión, desde luego, no se llega sin que ocurra primero una revolución, un sacudón emocional que te obligue a analizar tu situación actual y, consecuentemente, redefinir tus propios límites.

Cuestionarse, en este contexto, resulta la actividad más natural y también la más necesaria. Puedes pasarte el resto de la vida intentando buscarte a ti mismo a través de la religión, de la psicología, del autoconocimiento, o del proceso que creas más conveniente para cambiar aquello de tu vida que ya no deseas o con lo que no estás tan de acuerdo como podrías haberlo estado en otro momento; o puedes, en una simple tarde de viernes, frente a la seductora dulzura de un helado, dar al traste con ese que solías ser...

No creo que un proceso como éste que implica, necesariamente, conocerse (o quizás, más propiamente, redescubrirse) uno mismo, suceda en soledad. Se requerirá de otro que vea, irreductiblemente, lo que nosotros intuimos, que nos voltee el rostro de un tirón, haciéndonos ver lo que está sucediendo (o dejando de suceder) en nuestra existencia para que eche a andar la duda: ¿Es esto lo que quiero?

Configurar la personalidad de una persona depende de muchos elementos y requiere, desde luego, de toda una vida… y sin embargo, se necesitará de un par de horas, un minuto, una palabra para tomar la determinación de desechar todo aquello que ya no te define, y comenzar una nueva página, no mejor, ni peor, sólo nueva: diferente.

En mi historia, esa nueva página pasa por deshacerme de viejas concepciones y asumir la vida de una manera en la que el parecer de los otros deje de moldear mis decisiones. Y que conste que no se trata de dar al garete con la opinión de los demás (que algo de buena o de interesante tendrá, seguramente, espero) pero sí de que importe menos, de restarle peso y darle preponderancia a aquello que ha estado solapado, soterrado, palpitante y que, hasta el sol de hoy no había tenido una oportunidad. Esos murmullos del yo interno (llámese conciencia, o inconsciente, o ser espiritual, o como se le desee denominar) que constantemente te dice que lo que vives o lo que te acontece a diario no es suficiente, que debe haber algo más…

Se trata de bajarle el volumen al decir de la gente para escucharte a ti mismo. Al final de todo, siempre habrá alguien que tendrá algo qué decir de ti que no te hará justicia… Alguien siempre hablará, murmurará, señalará… y ése es, precisamente, en el que menos quiero pensar, al que hay que arrebatarle su poder y darle una lección: lo más sagrado de este mundo está en tu ser, seas quien seas. El más beato o la más pecadora, eso no importa. Siendo quien eres honras aquello que de sagrado, religioso o puro, haya en tu ser. Y, cuando menos yo, hacia ese norte quiero enfilar mis destinos. No puedes ser otro. Debes ser quien eres.

Actúa, siente, vive como quieras. No te arrepientas, aprende y sigue adelante… deja que el mundo señale, que hable… quizás entonces los murmullos acaben...

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