lunes, 10 de mayo de 2010

RESPUESTA DE LA NIÑA BUENA

Estimado Sr. Arjona:


Si me he decidido a escribirle, créame, no es por reproche. Pero considero que todo aquel que se ve en determinado momento en el banquillo de los acusados debería contar, cuando menos, con alguna forma de defensa. Y en este caso, usted mismo me ha dado los argumentos.


Comenzaré pues, como es debido, por el principio. No le quito razón en su verdad, y lo justo es admitir que la tiene. No se puede negar que ha hecho usted un retrato bastante ajustado de mi persona y asumo, no sin cierta tristeza, que soy eso que usted llama una “niña buena”. Pero debo advertirle que no por voluntad propia actúo como lo hago, y digo lo que digo. Soy lo que soy porque debo serlo, así me enseñaron y así, tristemente, me dicta la vida -aún hoy- que debo ser. Porque si actuara, Sr. Arjona, como me dicta mi instinto, siguiendo la más férrea libertad de acción, sin duda alguna las cosas no serían como son.


Dígame usted qué pasaría si decidiera yo portarme mal como es su sugerencia. Qué pasaría si pudiese yo decantarme, sin dilaciones, por una opción y fuera a su vera, a ocupar el vacío de su colchón. Qué pasaría si en lugar de escuchar esa insidiosa voz en mi cabeza que insiste en que aquello no estaría bien, hiciera caso a lo que me dicta el instinto, que no el corazón (sepa ud. que nosotras también podemos distinguir una cosa de otra) y accediera a hacer y decir lo que deseo tanto como usted. ¿Qué pasaría?


Si yo dijera que quiero ser esa chica de la esquina (que de seguro accedió a su petición sin demoras y que debe darle a todas luces menos trabajo que yo) ¿podría usted darle legitimidad a mis sentimientos y pensamientos? ¿Me aceptaría tal cual soy (humana, ni más ni menos, con necesidades no muy distantes a las suyas) sin juzgarme? ¿Evitaría usted la odiosa comparación entre mi persona y la mujer perfecta (producto, esa sí de una verdadera “niña buena”) que su madre seguramente le inoculó a usted como una verdad inalterable, y que debe llevar en su cabeza como estándar para evitar desastrosas elecciones?


¿Qué pasaría si le dijera que no tengo otra opción, y que al final de cuentas, tampoco quiero ser tan buena? Si le dijera que me harté de tanta hipocresía, ¿mandaría usted a su mamá de paseo y a sus ideas sobre la mujer perfecta? ¿Podría considerarme como una posibilidad para ser la mujer que usted necesita en su vida? ¿De qué manera me miraría usted y los que, como usted, juran que hay (cuando menos) dos tipos de mujer, si cedo a mis deseos y anhelos?


Mi problema, Sr. Arjona, es que ni quiero ser mascota de sociedad, ni quiero que me traten (sea mujer o sea hombre) como esa de la esquina a la que de seguro usted, ni por asomo, presentará a su mamá o a su familia, ni hará respetar como a una de las “buenas”. Mi problema, Sr. Arjona, es que nos hace falta el saludable punto medio, pero en este campo de batalla que son las relaciones no hay lugar para medias tintas. Le sorprendería saber cuántas de nosotras somos capaces de ser de un bando y del otro, si tan sólo dejaran de obligarnos a decidir. No se resienta conmigo por responder a uno de los esquemas en los que ustedes los hombres nos han encasillado. Más bien deje de juzgarme cuando sea yo la de las sugerencias, la que quiera llevarlo a la esquina o la que lo invite a mi colchón. Cambiemos las reglas del juego… deje usted de hacerse el príncipe y yo de hacerme la buena, y verá como dejo de inmacularme en la pena y como deja usted de esperarme en vano.

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